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((**Es6.200**) el Conde se alejó un poco para examinar un cobertizo recién construido, atrajo la atención de don Bosco cierto muchacho de rostro bronceado por el sol, de constitución robusta, con el pelo al rape y un tupé que le cubría la frente. Estaba a poca distancia, en un prado más bajo, amontonando con una horca el estiércol sacado de las cuadras. Cuanto más lo miraba, tanto más le parecía haberlo visto otras veces, pero no lograba determinar con precisión sus recuerdos. En aquel instante levantó los ojos el muchacho, hizo un gesto de sorpresa, y continuó su trabajo, volviendo intencionadamente la cara de modo que quedara oculta a don Bosco. Este se movió para bajar por el ribazo y el muchacho se alejó a paso apresurado. Iluminóse entonces la mente de don Bosco, y pensó: -Quizás es Francisco. En el entretanto se había acercado el colono y don Bosco le preguntó por aquel muchacho. Su respuesta fue: -Es trabajador, obediente y de buena conducta. Añadió que se llamaba José, y se lo habían recomendado unos parientes suyos, por lo que no había ((**It6.255**)) creído necesario pedir informes. Pensó don Bosco que el muchacho se había cambiado de nombre y dijo al colono: -Hágame el favor de interrogarle con prudencia; procure conocer su apellido, cuándo salió de su pueblo y dígame después el resultado de sus averiguaciones. Mientras tanto, el muchacho escondido entre las vides observó cómo don Bosco hablaba con el colono; sospechó el tema de la conversación, decidió escapar y, sin más, subió a la casa para ponerse su gastado traje y tomar el poco dinero fruto de sus ahorros. El conde y don Bosco daban la vuelta en el coche al flanco de la colina, que estaba inculta, pedregosa y escarpada por aquel lado. De pronto, en un recodo del camino apareció bajando a toda prisa y corriendo el muchacho que había creído poder adelantarse a don Bosco. El caballo se encabritó, saltó el conde y lo metió en freno; don Bosco bajó en seguida e intentó agarrar a Francisco por un brazo, al brincar al camino. Pero no consiguió detenerlo dado el ímpetu de su carrera. Y el muchacho gritó: -íDéjeme, déjeme marchar! Resbaló ribazo abajo y se escabulló por entre los árboles del barranco. Ya había transcurrido casi un año desde aquel encuentro. Se hallaba don Bosco en el santuario de San Ignacio, junto a Lanzo, haciendo ejercicios espirituales. Salió un día, después de comer, a la (**Es6.200**))
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