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((**Es6.167**) del rostro se reconoce al pensador; el atuendo del hombre proclama lo que hace, su caminar revela lo que es>>1. Por eso don Bosco quería que sus alumnos fueran juiciosos y que la compostura en todos sus actos, el garbo, la ingenuidad y un honesto pudor les merecieran el aprecio y la benevolencia de la gente. A veces se prestaba él mismo a ocupar la cátedra del salón de estudio, en lugar del Prefecto ((**It6.211**)) y más que sus palabras, era entonces su ejemplo una continua lección de urbanidad. Porque él era un modelo del hombre bien educado; prestaba atención a todos sus gestos y palabras, y no ofendía a nadie con su mirada, ni el oído de ninguno, pues trataba a todos con máximo respeto, como enseña San Pablo: Cui honor, honor (Dése honor a quien lo merece). No ahorraba ninguna delicadeza con cuantos iban a visitarle. Los de la nobleza, que le observaban atentamente, quedaban admirados de él y más de una vez se les oyó exclamar: -Pero, dónde aprendió tan exquisita cortesía? íEs todo un caballero! Don Pablo Albera oyó repetir mil veces frases como éstas en Francia, y era ésta una de las razones, secundaria si se quiere, pero real, por la que los grandes señores deseaban hospedarlo en sus palacios. Empleaba la misma cortesía en su trato con los pobres, en cuya casa no entraba sin descubrirse la cabeza. Hasta con los alumnos era de una encantadora delicadeza. -Quisiera encargarte de tal cosa: ...qué te parece? -Por favor podrías hacerme este recado? -Permites que te dé un aviso? -Podrías ayudarme en este trabajo? Y no había en sus maneras ninguna afectación, porque estaban inspiradas en la caridad de Nuestro Señor, como corresponde a un sacerdote. Los muchachos se miraban como en un espejo en los modales de don Bosco, el cual, lo mismo en público que en privado, no cesaba de corregirles y darles los avisos oportunos. Veía él en la cortesía el germen de muchas virtudes, y, en consecuencia, su habilidad educadora le señalaba el momento de hablar y el momento de callar. Advertía a los alumnos que se guardaran de manifestar la aversión que despiertan las formas groseras, presuntuosas, demasiado engreídas o burlonas de algunos; que no contaran jamás al compañero lo malo que otro había dicho de él; que prestaran oídos de mercader a cualquier palabra satírica lanzada; que no insistieran, ((**It6.212**)) aun con los 1 Eclesiástico, XIX, 29, 30. (**Es6.167**))
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