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((**Es6.151**) Calvario y la Cruz. íCon qué reverencia y adoración, con qué devoto recogimiento estaban en su presencia, iban a visitarlo, asistían al santo Sacrificio y comulgaban! En aquellos sagrados templos, unos lloraban de gozo, otros lanzaban ardientes suspiros desde lo hondo de su pecho y algunos quedaban arrobados en éxtasis. Virgencitas y niños inocentes cantaban himnos al Divino Cordero, como los ángeles en la celestial Sión, y les parecía que tardaba en llegar el dichoso instante de poder abrazarse con su amado Jesús. Y con El en el corazón, por amor a El, los veis marchar heroicamente al encuentro de un glorioso martirio y dar gracias a Jesús con la sangre y con su vida, por la sangre y por la vida que El consumó en la cruz para ellos. Pero íay de mí! Si desde aquellos cristianos vuelvo la mirada a los de hoy, íqué espectáculo más distinto se me ofrece! íQué relajamiento, qué frialdad, qué negligencia en la mortificación de los sentidos! Y, si no bastara para inflamar nuestros corazones todo lo que hizo y ((**It6.189**)) sufrió por nosotros el divino Salvador, que podrá encenderlos?... 3. Por último, las oraciones de Jesús por nosotros deben movernos a demostrar nuestro agradecimiento con una perfecta contrición. Quién no tiene que reprocharse alguna falta de respeto si repasa con el pensamiento su vida pasada? íCuántas irreverencias en su presencia, cuántas distracciones! íCuántas comuniones recibidas con un corazón frío, indiferente, hechas tal vez sólo por motivos humanos, para no llamar la atención! íQuién sabe si alguna vez, incluso, no se repitió la traición de Judas con el sacrilegio! íY Jesús siempre tan bueno, tan compasivo con nuestra ruindad! íAh! reflexione cada cual un poco sobre cómo ha tratado a Jesús y resuelva para el porvenir encender agradecido en su corazón una fe viva en reconocimiento a tantas humillaciones como sufrió por nuestro amor el buen Dios; arder el corazón de amor al buen Jesús por los daños que recibe en el Santísimo Sacramento de los hijos ingratos; excitarnos a un verdadero arrepentimiento de todos nuestros pecados, en reconocimiento a las oraciones que ofrece a su Eterno Padre por nosotros... Mientras don Bosco animaba de este modo al bien a los socios del Santísimo Sacramento, veía que con las Compañías aún no se habían remediado las necesidades de todas las categorías de alumnos. Los internos de virtud probada tenían la Compañía de la Inmaculada, que los ejercitaba en la caridad espiritual con los compañeros; ya oímos a don Bosco cómo les proponía afectuosamente por modelo a san Juan Evangelista, que había merecido por su inocencia y por su celo recibir bajo su tutela a la santísima Virgen. Los catequistas, lo mismo internos que externos, tenían las conferencias anejas de san Vicente de Paúl, cuya industriosa caridad él describía. Los estudiantes tenían la Compañía del Santísimo Sacramento y el Clero Infantil. La de san Luis debería ser para todos, internos y externos, pero el gran número de estudiantes ((**It6.190**)) inscritos en ella, la diferencia de horarios, la prudente medida de no privar a los muchachos de parte del recreo en los días festivos, la diversidad de inclinaciones, instrucción y amistades, hacían que fueran pocos los aprendices que a veces intervinieran en las reuniones. (**Es6.151**))
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