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((**Es6.142**) >>Prodigiosos rasgos de la divina Providencia semejantes a éstos se repitieron después muchas otras veces en favor del Oratorio y de las otras casas de la Congregación>>. Un sábado o víspera de fiesta del año 1860, se presentó a don Bosco hacia las once de la mañana el panadero diciéndole bruscamente que, si no le pagaba inmediatamente, no enviaba el pan para la cena de aquel día. Y en casa no había más que lo estrictamente necesario para la comida. No valieron las buenas palabras ni las promesas para calmarlo. Después de comer mandó don Bosco que le bajaran el sombrero y el manteo. Era la una y media de la tarde cuando el clérigo Turchi juntamente con Anfossi y otros compañeros, entre los que estaba Juan Garino, conversaban en el pórtico junto a la escalera que conducía al refectorio. De pronto, apareció don Bosco dispuesto a salir de casa. Se acercó a los clérigos y les dijo: -Hacedme un favor, id enseguida a la iglesia y rezad durante unos veinte minutos ante el Sagrario, según mi intención. Alternaos de dos en dos, hasta la hora de ir a clase. Hoy me encuentro en un gran apuro. Los clérigos, aunque desconocían el motivo, cumplieron al punto los deseos de don Bosco, el cual regresó al Oratorio mientras estaban en clase. Nos contaba don Juan Turchi: -Al atardecer estaba yo ansioso por saber el resultado de todo aquello, pero como don Bosco tenía que atender a las confesiones, ni siquiera fue a cenar con la comunidad ((**It6.178**)) como solía hacer en las vigilias de las fiestas. Pregunté al prefecto don Víctor Alasonatti si sabía algo del resultado de nuestras oraciones, y me contestó: -Sí, sí; todo salió bien y ya hablará don Bosco de ello. Al día siguiente, después de las oraciones, nos dijo don Bosco: -Os agradezco las oraciones de ayer. Tenía que entregar una gran cantidad de dinero al panadero Magra, proveedor del Oratorio, el cual protestaba que no podía seguir suministrando pan, si no se le pagaba, y yo no tenía dinero ni sabía adónde acudir para encontrarlo. Mientras vosotros rezabais en la iglesia, daba yo vueltas por la ciudad, discurriendo adónde podría dirigirme, cuando de repente oí la voz de un hombre que me llamó, me alcanzó y me dijo: -Don Bosco, iba yo precisamente en su busca por encargo de mi amo, que está enfermo y desea hablar con usted. Me puse en seguida a su disposición y el criado me acompañó hasta la casa de un buen señor, que guardaba cama hacía tiempo. (**Es6.142**))
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