Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


((**Es5.79**) por haber tardado en llamarlo, y se volvió tranquilo a su habitación. La caridad de los jóvenes enfermeros emuló la de don Bosco. Pero no se crea, por ello, que no tuvieran que hacer desde el principio un supremo esfuerzo, para superar el miedo a vencerse a sí mismos. Uno de los catorce primeros, que dieron su nombre y se acercaron intrépidamente al lecho de los apestados, bastaría para darnos idea del esfuerzo que hubieron menester para entregarse a aquella obra y aguantar hasta el fin. Porque es el caso que la primera vez que él puso lo pies en el lazareto, al ver el aspecto de las víctimas de la ((**It5.94**)) terrible enfermedad, al contemplar sus facciones lívidas y cadavéricas, los ojos hundidos y casi apagados, y, sobre todo, al verles expirar de tan espantoso modo, le entró tal miedo, que se quedó tan pálido como ellos, se le nubló la vista, le faltaron las fuerzas y se desmayó. Por fortuna estaba con él don Bosco, quien, al darse cuenta, no dejó que cayera al suelo, lo sacó al aire libre y le animó con una bebida estimulante; de otro modo, puede que hubieran tomado al pobrecillo por un contagiado más y le hubieran metido con ellos. Realmente, había que tener valor para moverse con entereza por aquellos lugares de dolor y muerte. Porque, además de los desgarradores sufrimientos a que estaban sometidos tantos pobres enfermos, se contraía el corazón de lástima al ver que, apenas expiraban, eran transportados al depósito próximo y casi inmediatamente llevados al cementerio para enterrarlos. A veces parecían vivos todavía y eran colocados con los muertos. En el lazareto donde prestaban sus servicios los muchachos del Oratorio, sucedió este episodio. Se había llevado hacía poco a la sala mortuoria un cadáver, mientras don Bosco conversaba con el médico. Entró el vigilante en la enfermería y dijo al médico: -Doctor, aquél se mueve todavía, >>lo traemos aquí? -Déjalo allí, respondió burlonamente el médico; pero cuida de que no se escape. Y dirigiéndose a don Bosco, continuó: -Hay que ser inhumanos con las palabras, para no tener que serlo con los hechos. íAy de nosotros si entra el desaliento en nuestros ayudantes! >>Qué iba a ser de los enfermos? Efectivamente, era tal el miedo de los sirvientes, que casi había que emborracharlos a la hora de trasladar enfermos o muertos. Es de imaginar la sangre fría, o mejor, ((**It5.95**)) la energía que se necesitaba, para asistir sin temblor a semejantes escenas. Además, durante los primeros días, no sólo había que vencer el(**Es5.79**))
<Anterior: 5. 78><Siguiente: 5. 80>

Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


 

 

Copyright © 2005 dbosco.net                Web Master: Rafael Sánchez, Sitio Alojado en altaenweb.com