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((**Es5.656**) Aumentó la alegría de los muchachos con los regalos que don Bosco les había traído de Roma. Dio a cada uno un librito titulado Nuovo pensateci bene, (Un nuevo pensáoslo bien); y a los encuadernadores de las Lecturas Católicas, las quince medallas que les enviaba Pío IX; y fue repartiendo a todos unos crucifijos pequeños, regalo del Papa, que tenían concedida la indulgencia plenaria en punto de muerte, sólo con besarlo y pronunciar el nombre de Jesús. A los cantores les llevaba música romana, que le había encargado por carta José Buzzetti. Aquella noche y las sucesivas fue explicándoles, con expresiones del más tierno reconocimiento, la bondad con que había sido recibido por el Papa, los insignes favores espirituales que le había otorgado, el recuerdo de la presencia de Dios que les recordaba en su nombre y anunciaba los escudos de oro que el Papa les mandaba para una merienda a todos los jóvenes de los tres Oratorios festivos, noticia que fue recibida con estrepitosos aplausos. Contaba luego a sus alumnos todo lo que convenía que supiesen de lo que había hecho y visto en Roma o le había sucedido. Con alguno de los miembros del diminuto grupo de su asociación fue más expansivo y les enseñó las notas puestas por Pío IX a las Reglas. Y ya se había dado prisa para entregar a don José Cafasso el Rescripto que tanto deseaba. Pío IX lo había firmado el día siete de abril, concediendo a don José Cafasso la facultad de comunicar y hacer extensiva aquella indulgencia a un número no pequeño, pero determinado de personas. En este número estaban incluidos los eclesiásticos ((**It5.925**)) que aquel año estudiaron moral en la Residencia Eclesiástica de San Francisco en Turín. Don José Cafasso, fuera de sí por la satisfacción de haber alcanzado tan grande gracia, el diecinueve de abril por la tarde, en vez de la clase de costumbre, habló sobre la indulgencia conseguida, explicando a sus alumnos la diferencia entre ésta y otras indulgencias concedidas in artículo mortis y las ventajas de la misma. Tenía en sus manos el Rescripto y, estrechándolo con un afecto que brotaba del corazón, recomendaba a los residentes que tuvieran presentes sus observaciones, tomaran buena nota y tuvieran muy en cuenta el favor alcanzado, si no querían verse privados de él a la hora de la muerte. También don Bosco dirigió a sus muchachos internos una exhortación semejante y escribía por su propia mano las siguientes líneas, que se conservan, y que hacía dictar en las clases y en el estudio, para que todos guardaran copia: (**Es5.656**))
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