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((**Es5.655**) Procedente de Constantinopla llegué yo a Civittavecchia en un buque francés: al atardecer, subieron a bordo muchos pasajeros, entre los cuales había varios sacerdotes que conocí, eran piamonteses por la forma de su sombrero. Vi a dos que me parecieron más tratables: no atreviéndome a dirigir la palabra al mayor, me acerqué al más joven (era don Miguel Rúa) preguntándole quién era su compañero, de aspecto tan venerable y simpático: me dijo que era don Bosco, a quien yo conocía de fama, pero no de vista. Entonces me aproximé para besarle la mano, pero él la retiró enseguida, privándome de aquel honor y aquel gusto. Charlamos luego de muchas cosas, como suele suceder en estos encuentros entre paisanos. Llegó en tanto la noche y los pasajeros se iban retirando a sus camarotes. Don Bosco, ya fuera porque no tenía plazxa en los camarotes, ya fuera porque se mareaba, lo cierto es que se acostó sobre el desnudo suelo de cubierta, junto a la barandilla de la nave, que ya estaba en marcha. Me dio pena y le ofrecí mi camarote y mi litera; pero no quiso aceptarlo y me lo agradeció vivamente. No me resignaba a dejar a aquel buen sacerdote durmiendo ((**It5.923**)) sobre el suelo de cubierta; fui pues, al camarote, tomé mi colchón, se lo llevé y tuve que luchar bastante hasta conseguir que lo aceptase. Este feliz encuentro me proporcionó la amistad con don Bosco, sacerdote modelo, y conocí personalmente lo que de él contaba la fama en la capital musulmana: era admirado por su abnegación y sencillez. MATEO ABRATE, Sacerdote Capellán beneficiado en Carignano Las olas estuvieron tranquilas esta vez y el tiempo fue bueno, de suerte que don Bosco pudo bajar en Livorno y visitar a algunos amigos y diversas iglesias. Reemprendió el viaje al anochecer. Don Miguel Rúa recuerda que la nave llegó a Génova al amanecer de una espléndida aurora que iluminaba el magnífico panorama de la bella ciudad. En cuanto don Bosco puso pie en tierra se dirigió al Colegio de los Artesanitos, donde le aguardaban el padre Montebruno y el señor José Canale; y por la tarde tomaba el tren. Al atravesar la ciudad experimentó una gran sorpresa. Oyó el toque de las campanas del ángelus, y vio que muchas personas se quitaban el sombrero en plena calle y en las plazas y que los faquines se levantaban de los bancos para rezarlo. Más adelante describía muchas veces este espectáculo para edificación de sus alumnos. Llegó a Turín el dieciséis de abril. Fue recibido por los alumnos con tal alborozo y cariño que ningún padre podría augurarse un recibimiento mayor de sus propios hijos. El diecisiete de abril permaneció en casa para informarse de los asuntos que le tenía reservados don Víctor Alasonatti y confesó toda la tarde y a la mañana siguiente a muchísimos muchachos internos y externos. El dieciocho, domingo segundo después de Pascua, ((**It5.924**)) se celebró su llegada a Valdocco en la iglesia, en el comedor, y en el patio: hubo música, poesías y un himno compuesto para aquella ocasión. (**Es5.655**))
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