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((**Es5.651**) Don Bosco no falló a la invitación y en verdad que pasó un día agradable. Las doctísimas personas que le ((**It5.916**)) rodeaban parecían niños por la sencillez y familiaridad de su trato. Como se hallaba presente el Prepósito General de los jesuitas y llegaron después algunos dominicos, no tardó en caer la conversación sobre la antigua controversia surgida entre las dos órdenes. Don Bosco callaba. El Prepósito de los Jesuitas, viendo que la apacible discusión podía acabar en auténtica disputa, dijo: -Bien, sometamos la cuestión a un árbitro. Aquí está don Bosco. Que él decida. Don Bosco se excusó, pero todos se volvieron hacia él diciendo que querían su decisión. Entonces don Bosco, después de un corto preámbulo, terminó diciendo: -Mi opinión es que lo mejor es que no haya discusiones. La respuesta no fue muy del agrado de los contendientes, pero surtió el efecto deseado. Don Bosco conocía perfectamente los históricos hechos sobre los que giraba la controversia; pero, >>qué mejor respuesta hubiera podido dar? En esta ocasión don Bosco, ya en vísperas de su vuelta a Turín, se despidió de los buenos Padres y durante los días siguientes fue a despedirse y agradecer las atenciones de muchos distinguidos personajes que le habían colmado de atenciones. Visitó también al señor Felipe Conori Foccardi, cuya amistad conservó siempre, y, vuelto a Turín, entregaba a sus conocidos cuando iban a Roma, tarjetas impresas con la dirección de los establecimientos Foccardi, en las que escribía de su puño y letra: Saludos de su amigo Juan Bosco. No se olvidó de los muchachos del Oratorio de Santa María de la Encina ni de los de la Asunción, dirigidos por el abate Biondi. El día de Pascua había ido a ((**It5.917**)) prepararles para la Santa Comunión y el domingo in albis, acompañado del marqués Patrizi, volvió a Santa María de la Encina, celebró allí la santa misa y predicó a los muchachos saludándoles por última vez. Fue a despedirse de diversos cardenales, sin olvidar al eminentísimo Tosti, quien le había invitado otra vez a hablar a los muchachos del Hospicio de San Miguel. El Cardenal, complacido de la cortesía de don Bosco, y como era la hora de su paseo, le invitó a acompañarlo y subieron los dos a la carroza. Empezaron a hablar sobre el mejor sistema de educación para la juventud. Don Bosco estaba cada vez más convencido de que los alumnos de aquel hospicio no tenían familiaridad con sus superiores, sino que más bien los temían: (**Es5.651**))
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