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((**Es5.630**) contempló asombrado las gigantescas ruinas del anfiteatro Flavio o Coliseo, de forma ovalada, con sus quinientos veintisiete metros de perímetro exterior y cincuenta metros de altura en un buen trecho. En sus tiempos de esplendor, estuvo recubierto de mármoles, adornado con columnas, cientos de estatuas, obeliscos y cuádrigas en bronce. En su interior tenía todo alrededor inmensos graderíos capaces para doscientas mil personas, que asistían a los combates de las fieras, de los gladiadores y a las matanzas de miles y miles de mártires. Don Bosco entró en la arena de los espectáculos que conserva el antiguo espacio de doscientos cuarenta y un metros de circunferencia. En la mitad, antre cascotes, hierbas y zarzas se levantaba una sencilla cruz y en derredor había catorce capillas para las estaciones del vía crucis. Don Bosco, quiso lucrar las indulgencias de aquellas estaciones y, satisfecha su piedad, del Coliseo se fue al Vaticano, invitado a comer con el Cardenal Antonelli. Doquiera iba don Bosco, era recibido amablemente y ((**It5.888**)) a veces invitado a comer y a hablar, dado que su hacer, sencillo y desenvuelto, le ganaba el afecto de todos. En estos encuentros, sobre todo durante las primeras semanas que pasó en Roma, cardenales y prelados trataron de poner a prueba sus estudios y su habilidad en discurrir. Las preguntas que le hacían, aunque revestidas de cortesía y habilidad, llevaban la conversación hacia campos de varias disciplinas eclesiásticas; y así, exploraban indirectamente la medida de sus conocimientos. Muchas veces le sometieron a un verdadero examen, particularmente sobre historia eclesiástica. A veces el tema era la cronología, otras los motivos de convocatoria de algunos concilios y de sus decretos; bien sobre la vida e influencia de algunos papas en el orden social, bien sobre la patria y los hechos de algún confesor de la fe. Pero don Bosco supo salir siempre bien librado y con mucho aplauso. Sucedió, pues, que el veintitrés de marzo tenía organizada el cardenal Antonelli, una tertulia después de la comida. Llegaron varios obispos, nobles e ilustres personajes, entre ellos el cardenal Marini el cardenal Patrizi, y monseñor De-Luca, Secretario de la Sagrada Congregación de Obispos y Regulares. A cierto punto, el cardenal Marini preguntó a don Bosco dónde había ido aquella mañana y qué monumentos había visitado. en el límite divisorio de cuatro de las catorce regiones en que Augusto había dividido a Roma. Su forma recordaba la de una meta del Circo. (N. del T.) (**Es5.630**))
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