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((**Es5.63**) ((**It5.70**)) Además de las clases particulares, que daba gratuitamente a los adultos o a quienes deseaban hacer estudios especiales, ayudaba al párroco en los servicios parroquiales, explicaba el evangelio los domingos, daba la catequesis, ayudaba a misa como un monaguillo cualquiera, enseñaba el canto gregoriano, pasaba largas horas en el confesonario y asistía a los enfermos y moribundos. Era el tipo del hombre apostólico. Cuando, rendido de cansancio, se retiraba a descansar a su humildísima habitación, rezaba cada día el rosario, seguido de otras largas oraciones, y recitaba el Breviario de rodillas y con la cabeza descubierta, aún en sus últimos años, agotado ya por los continuos y fuertes trabajos, las perseverantes mortificaciones y otras dolorosas molestias. Nunca se apartó de aquella vida rigurosa. La entereza de su alma debe atribuirse sobre todo a la austera templanza que siempre practicó en el descanso, en el recreo y en la comida. Hacía todos los días una larga meditación, la visita al Santísimo Sacramento y un riguroso examen de conciencia. Durante los últimos diez años leía cada noche el Proficiscere, aplicándose a sí mismo las oraciones de los moribundos. Y he aquí que, cuando el párroco de Avigliana, doctor Vignolo, la población y el clero esperaban más de él, don Bosco lo llamó al Oratorio de Turín con aquellas palabras que muchas veces le había dicho: <>. El 14 de agosto de 1854, don Víctor Alasonatti dejaba generosamente la comodidad del bienestar de su familia, renunciaba al respetable sueldo que percibía como maestro apreciado y querido, y sin escuchar las consideraciones más o menos mundanas que algunos conocidos y aun personas distinguidas del clero le habían ((**It5.71**)) hecho, intentando disuadirlo de su determinación, entraba en el Oratorio con el breviario en la mano, y decía a don Bosco: ->>Dónde me pongo a rezar el breviario? Don Bosco le acompañó a una estancia de casa Pinardi, que le había destinado como despacho de la Prefectura, y le dijo: -íEste es su puesto! A partir de aquel instante, don Víctor se puso a la entera disposición de su nuevo Superior, rogándole le ordenase, sin miedo alguno, cuanto él pudiese hacer de utilidad para la casa, y que no se lo ahorrase, siempre que lo requiriera la gloria de Dios. No tardó en verse cargado de ocupaciones, porque el programa de don Bosco no había sido un vano cumplimiento. Había entonces en casa cerca de ochenta (**Es5.63**))
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