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((**Es5.627**) apostólico de San Miguel. Don Bosco escuchaba y callaba; mas le pareció al Santo Padre que no estaba plenamente de acuerdo con su parecer sobre el Hospicio de San Miguel, y le dijo: -Vos sabéis algo que yo no sé. -Ruego al Santo Padre me dispense, si considero que no debo hacer observación alguna; mas si Su Santidad me lo manda, hablaré. -Os lo mando y quiero que habléis. Don Bosco habló, siempre con una prudente discreción, y manifestó el parecer de eminentes personajes sobre el Hospicio de San Miguel, los cuales deseaban que el Pontífice estuviera informado. Pío IX, sorprendido ante aquellas inesperadas revelaciones, díjole sin más que se serviría de aquellas noticias para remediar los inconvenientes señalados y, como se había hablado de talleres, le preguntó qué oficios, artes y estudios seguían los muchachos en Valdocco. Luego le interrogó: ->>Cuál de las ciencias a que os habéis dedicado, os ha gustado mas? -Santo Padre, respondió don Bosco, mis conocimientos no son muchos; pero lo que me gustaría y quiero saber es scire Jesum Christum et hunc crucifixum, (conocer a Jesucristo y a éste crucificado). Ante semejante respuesta quedó el Papa un tanto pensativo y, deseando quizá poner a prueba esta declaración, le confesó que había quedado muy satisfecho del éxito de los ejercicios espirituales a las reclusas y que, para darle una prenda de su aprecio y afecto, había determinado nombrarle su camarero secreto, con el título de ((**It5.884**)) Monseñor. Don Bosco, que en su vida había ambicionado honores, con toda modestia agradeció su generosidad al Pontífice, diciéndole con muy buenas maneras y bromeando: -íSantidad! íBonita figura haría yo de Monseñor en medio de mis muchachos! íMis hijos no sabrían cómo reconocerme ni concederme toda su confianza si tuvieran que llamarme Monseñor! Ya no se atreverían a acercárseme y agarrarme de una parte y de otra como hacen ahora. Además, a cuenta de esta dignidad, el mundo me creería rico y yo no tendría valor para presentarme a mendigar por nuestro Oratorio y nuestras obras. íBeatísimo Padre! lo mejor es que yo siga siendo el pobre don Bosco. El Papa se admiró de una humildad tan simpática, mientras don Bosco pasaba sin más a pedirle la aprobación y permiso para difundir en los Estados Pontificios sus Lecturas Católicas y la exención, si ello fuera posible, de la tasa de correos para sus libritos. Pío IX prometió (**Es5.627**))
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