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((**Es5.622**) -Y nosotros, >>ofenderemos todavía a este buen Dios? Y se oyó un profundo murmullo que decía: -No, no. Don Bosco, dirigiéndose al crucifijo, prosiguió: -Señor, lo habéis oído, ayudadlas a ser perseverantes. Quieren amaros y, si os han ofendido, es porque no sabían lo que se hacían. El capellán, entusiasmado, contó al cardenal Presidente, Nicolás Clarelli-Paracciani, el gran bien que se había obtenido con la predicación de don Bosco y el eminentísimo Príncipe, hizo sabedor de ello al Papa, agradeciéndole haber ((**It5.876**)) atendido tan bien a las reclusas, al enviarlas a don Bosco, quien, con su celo, había sabido curar tantas llagas, algunas ya gangrenadas. El Papa quedó satisfechísimo porque, al dar a don Bosco aquel encargo, había querido ver si era tal como se lo habían pintado y como le había parecido la primera vez que le tuvo ante sí. Por lo cual empezó a apreciarle y quererle mucho. Mientras tanto, todo procedía en el Oratorio normalmente: las funciones dominicales, la fiesta de San José, las novenas de la Virgen, la catequesis cuaresmal. El teólogo Borel siempre estaba dispuesto a suplir cuando faltaba un predicador. La comunión pascual estaba en puertas y los muchachos bien preparados. Don Víctor Alasonatti se preocupaba del orden interior en el Oratorio, y tenía bien informado a don Bosco de cuanto sucedía en él. Hubo, sin embargo, un inconveniente en la primera semana de ausencia de don Bosco. Los muchachos internos y cierto número de externos no querían confesarse con otros sacerdotes. El padre oblato Dadesso y don Francisco Giacomelli tenían muy pocos penitentes. Fueron necesarias muchas exhortaciones y una cartita de don Bosco para que se resignasen a tener durante algún tiempo otro guía espiritual. Era una prueba evidente y segura de la confianza que tenían con su buen padre. Obedecieron, mas parecía que no pudieran vivir sin él. No acostumbrados a estar privados de su presencia largo tiempo, no dejaban de escribirle individualmente y colectivamente pidiéndole y dándole noticias. Todos le escribieron varias veces en papel muy fino, de modo que cabían cincuenta cartas en un solo sobre. ((**It5.877**)) Al recibirlas, don Bosco experimentaba una gran satisfacción y respondía siempre a todos, bien con cartas individuales, bien con una sola carta con un parrafito para cada uno, precedido de su nombre. El clérigo Celestino Durando cortaba luego la carta en tantas tiras como respuestas y entregaba a cada cual la parte correspondiente. Si don (**Es5.622**))
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