Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


((**Es5.580**) ->>Conoce usted quizás algún remedio para mi mal?, preguntó el mesonero. -Pues sí que lo tendría, contestó don Bosco. -Hágame usted el favor. Se lo agradeceré infinito. -Lo tengo, pero antes necesitaría saber si hablo con un buen cristiano. -Claro que soy cristiano. -Pues bien, empiece hoy a rezar un padrenuestro y una avemaría en honor de San Luis y una Salve a la Santísima Virgen durante tres meses. El domingo vaya a cumplir con sus devociones y, si tiene fe, esté seguro de que le dejará la fiebre. -Ya hace algún tiempo que he dejado mis devociones. -Precisamente por eso, concluyó don Bosco y tenga confianza en Dios. Entre tanto déjelo de mi cuenta, agregó; le prescribo una receta que le librará para siempre de los fastidios de la fiebre. Tomó luego un pedazo de papel, escribió a lápiz su receta y le encargó que la llevara a un farmacéutico. El mesonero estaba fuera de sí de alegría. Y, no sabiendo cómo demostrarle su agradecimiento, besaba y volvía a besar la mano de don Bosco. Fue también interesante el conocimiento que hizo allí con un guardia pontificio llamado Pedrocchi. Pensaba él que ((**It5.818**)) conocía a don Bosco y le parecía a don Bosco que le conocía a él, por lo que se saludaron alegremente. Diéronse cuenta del engaño, pero la amistad y las expresiones de benevolencia y de respeto continuaron. Don Bosco, por condescendencia, tuvo que dejar que le pagase un café y él pagó al guardia una copa de ron. Pidióle el nuevo amigo un piadoso recuerdo y don Bosco le dio un medalla de San Luis Gonzaga. La serena cordialidad de don Bosco ganaba continuamente nuevos amigos de toda suerte, doquiera ponía los pies. Montaron nuevamente los viajeros en la diligencia, y volando, más con el deseo que con el trotar de los caballos, les parecía a cada momento estar en Roma. Don Bosco no se resentía del movimiento del carruaje, pero se echaba encima la noche; con la oscuridad no se veía nada y continuó la carrera hasta las diez y media de la noche. Un escalofrío asaltó a los viajeros al pensar que entraban en la Ciudad Santa. Uno decía: -Estamos en Roma. Otro: -Estamos en la tierra de los santos. (**Es5.580**))
<Anterior: 5. 579><Siguiente: 5. 581>

Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


 

 

Copyright © 2005 dbosco.net                Web Master: Rafael Sánchez, Sitio Alojado en altaenweb.com