Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


((**Es5.549**) cansado como venía y con el frío que hacía; y que no era muy digno para un sacerdote rebajarse a jugar con los chiquillos. Pero el párroco, que conocía muy bien a don Bosco, le calmó diciendo: -Déjele hacer a don Bosco; ya se arreglará él para salir de apuros. En efecto, don Bosco, para inspirar a la gente cofianza con el sacerdote, empezó a charlar con los que tenía cerca, sobre el campo y sobre otras cosas más o menos interesantes, les hizo reír con algún episodio gracioso y luego, alzando la voz, empezó a exhortarles a asistir lo mejor que pudiesen a los santos ejercicios para ponerse en el camino recto y no desviarse más de él. Luego entró en la casa rectoral, acompañado hasta el umbral por la multitud, que se había apiñado cada vez más en torno a él. Descansó, abrió la ventana que daba a la calle y dijo a la gente, que esperaba a que saliera para hacer el sermón de apertura de los ejercicios, que como él estaba muy cansado y ellos seguramente no tenían sus corazones bastante preparados, los ejercicios comenzarían al día siguiente por la mañana. Los invitó a ir todos a la iglesia, donde rezaron unas oraciones y volvieron a casa. Don Bosco se retiró a la habitación que le señalaron. El primer día de ejercicios tuvo que predicar él solo, porque, a causa del mal tiempo, el sacerdote compañero ((**It5.773**)) de predicación no se había atrevido a ir. Los campesinos acudieron en gran número y querían que los sermones fueran muchos y largos. A veces, después de hora y media de sermón, se veía obligado a decir a los oyentes: -Estoy cansadísimo, ya no puedo hablar más. -Descanse, respondían, pero siga. Y don Bosco se veía obligado a continuar. Una vez predicó desde la diez de la mañana hasta pasado el mediodía. Y el auditorio ni se movía. Los campesinos, según su costumbre, habían almorzado a las nueve y, además, la tierra estaba cubierta de nieve. -íSiga, siga!, replicaban en cuanto parecía que quería terminar. Y a la una de la tarde bajaba del púlpito. Pero la iglesia, el coro, la sacristía, todo seguía atestado de una turba inmóvil. Don Bosco llegó con dificultad para quitarse la estola. Y, dirigiéndose a los hombres les dijo sonriendo: ->>Pero qué hacéis aquí? >>No volvéis a vuestras casas? -Queremos oírle más. (**Es5.549**))
<Anterior: 5. 548><Siguiente: 5. 550>

Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


 

 

Copyright © 2005 dbosco.net                Web Master: Rafael Sánchez, Sitio Alojado en altaenweb.com