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((**Es5.53**) -Sé muy bien, concluyó don Bosco, que la implantación de este sistema no es tarea que corresponda al departamento de su Excelencia, pero una indicación, una palabra suya pesará mucho en las deliberaciones del Ministro de Instrucción Pública. El señor Rattazzi escuchó con vivo interés estas y otras observaciones de don Bosco; se convenció del todo de la bondad del sistema, empleado en los Oratorios, y prometió que, por su parte, lo preferiría a cualquier otro en ((**It5.56**)) los institutos del Gobierno. Si, después, no mantuvo siempre su palabra, fue porque también a Rattazzi le faltaba valor para confesar y defender sus propias convicciones religiosas. Terminada la conversación, se marchó tan bien impresionado que, a partir de aquel día, se convirtió en abogado y protector de don Bosco. Esta fue una de las trazas de la Providencia, ya que al empeorar año tras año las condiciones de los tiempos, formando Rattazzi a menudo parte del Gobierno, y siendo siempre persona influyente, el Oratorio tuvo en él un apoyo, sin el cual seguramente hubiera experimentado fuertes sacudidas y hubiera sufrido gravísimos daños. Quizá llame la atención de los lectores el saber que el Ministro Rattazzi se tomara tan vivo interés por don Bosco y por su obra, conociendo como sabe todo el mundo, las siniestras opiniones de aquel hombre y la parte, desdichadamente tan decidida, que tuvo en hechos muy dolorosos contra la Iglesia. Sin embargo, así fue, porque Dios, cual Padre providente, así lo quiso. Cuando Dios escoge a un hombre como instrumento de gloriosas empresas, le provee de cuantos medios necesita para llevar a feliz término su misión; y si ésta necesita la ayuda y cooperación de otros, pone en su elegido una especie de sello, un no sé qué de misterioso, para que todos se le rindan, prestos a ayudarlo, aun cuando sean sus contrarios. La Sagrada Escritura y la Historia de la Iglesia contienen miles de hechos que confirman esta verdad. José es destinado a salvar a sus hermanos en Egipto, y Dios dispone las cosas de forma que el esclavo, el prisionero, el extranjero halle favor en el ánimo del Faraón y de su pueblo y escale ((**It5.57**)) la más alta dignidad del reino después de la real. Daniel tiene que ser el consuelo de sus hermanos prisioneros, durante los tristísimos días de la esclavitud en Babilonia, y el Señor imprime en su rostro y en toda su persona un algo de extraordinario, que cautiva a todos los reyes que se sentaron en el trono caldeo de Nabucodonosor hasta Ciro y Darío, y le pone en condiciones de ser lo que fue durante casi cincuenta años. Lo (**Es5.53**))
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