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((**Es5.515**) círculo o grupo, los estancados en el mal, que no hacían esfuerzo alguno para cambiar de vida. Don Bosco, después de explicar la causa y los efectos de tales alimentos, aseguró que recordaba perfectamente qué clase de pan comía cada uno de nosotros, añadiendo que si íbamos a preguntarle, nos diría particularmente la forma en que nos vio. Muchos, en efecto, se presentaron a él y el siervo de Dios les fue manifestando el lugar que ocupaban en el sueño, dando tales observaciones y detalles sobre el estado de las conciencias de los demandantes, que todos quedaron persuadidos de que lo que don Bosco había visto no era una ilusión ni mucho menos una suposición temeraria, sino la más completa realidad. Los secretos más ocultos, los pecados callados en confesión, las intenciones menos rectas al obrar, las consecuencias de una conducta poco recatada; así como también las virtudes, el estado de gracia, la vocación, en suma, todo cuanto se refería a cada una de las almas de sus jóvenes, quedaba manifiesto, descrito o profetizado. Los muchachos, al escucharle, quedaban como fuera de sí por el estupor y después de sus entrevistas con el siervo de Dios, exclamaban como la Samaritana: Dixi mihi omri ia quaecumque feci, (me ha dicho todo lo que he hecho).1 Estas afirmaciones las hemos oído repetir mil y mil veces durante años y años>>. Los jóvenes manifestaban a veces a algún compañero de mayor confianza el aviso recibido, pero don Bosco nunca jamás descubría estos secretos a otros, a no ser al interesado, en sus múltiples visiones intelectuales. Estas y el sueño expuesto, que se repitió varias veces en formas diversas, mientras le ocasionaban alguna pena al hacerle ver algún espectáculo desagradable, le ofrecían también la seguridad de que gran número de sus jóvenes vivía habitualmente en gracia de Dios. ((**It5.725**)) Por eso don Bosco confiaba mucho en las oraciones de sus muchachos y, cuando alguien recurría a él para conseguir una gracia, respondía con frecuencia: -<>. Y es que, en efecto, la oración hecha en común y en alta voz adquiere un poder maravilloso, que va creciendo a medida que aumenta la devoción y la santidad de quien reza. En el Oratorio había un gran número de muchachos de quienes se puede afirmar, sin miedo a equivocarse, que eran otros tantos San Luis por el candor de su 1 Juan, cap. IV. (**Es5.515**))
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