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((**Es5.454**) Por eso le miraban siempre como a un padre amorosísimo y, aún pasados muchos años, al encontrarse con él, después de responder a sus afectuosas preguntas sobre su actual situación y estado, sobre su familia y también sobre sus intereses materiales, espontáneamente le manifestaban que seguían pensando siempre en su alma e indicaban el tiempo que hacía que se habían confesado. Don Bosco entonces les decía: -Bravo, bravo; así me gusta. íProcura ser siempre un auténtico hijo de don Bosco! Con una palabra o una simple mirada llena de bondad, que ellos entendían bien, les daba a entender su deseo de saber cómo se encontraban en aquel momento en cuanto a su alma. ->>Y del alma cómo estás? >>Sigues siendo bueno? >>Hace mucho que no te confiesas? >>Has cumplido con Pascua? >>Cuándo volverás a verme? Ven a cualquier hora. El sábado por la tarde o el domingo por la mañana, ven; arreglaremos las cosas del alma. Y le contestaban con sinceridad y afecto, y le obedecían, como tantas veces hemos visto, dando prueba de la eficacia de sus enseñanzas catequísticas, que habían oído e impreso indeleblemente en su corazón, cuando aún eran unos chavales. Es más; estas enseñanzas les animaban a menudo a buscar el bien espiritual de sus amigos. Narraremos un hecho. Un joven, antiguo alumno del Oratorio, volvía a Turín, después de haber trabajado en su oficio por muchas ciudades de Italia. ((**It5.639**)) Hacía más de diez años que no se confesaba, y le causaba gran aversión el Sacramento. Un pariente suyo, artesano también y antiguo alumno, le invitó a acompañarlo para visitar a don Bosco. Fueron ambos a Valdocco y lo encontraron en la sacristía confesando a los últimos penitentes. Esperaba el joven a que don Bosco se levantase de la silla, cuando he aquí que su compañero le dio un empujón y lo lanzó aturdido a sus brazos. Don Bosco le dijo enseguida: ->>Tienes miedo de mí? >>No seguimos siendo amigos como antaño? Si quieres confesarte, es lo más sencillo. Lo diré todo yo. Enternecido el joven, comenzó enseguida su confesión y volvió a ser un buen cristiano. Todavía hoy se ríe de la broma de su compañero y cuenta conmovido lo que don Bosco le dijo en aquel momento. Terminadas las fiestas pascuales, los tres Oratorios reemprendieron su marcha ordinaria. El de San Luis, que despúes de la muerte del teólogo Pablo Rossi no había tenido como director ningún sacerdote, había sido dirigido por el abogado Cayetano Bellingeri, un seglar (**Es5.454**))
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