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((**Es5.413**) al clérigo Roetti. Generalmente, cuando don Bosco había concluido de contar la vida de un Pontífice o de otro Santo, cuyas gestas eran una ilustración del Papado, la veíamos aparecer en un tomo de las Lecturas Católicas, donde volvíamos a leer con inmenso placer lo que habíamos oído en sus pláticas>>. Así salió en enero de 1857, el fascículo de las Lecturas Católicas, editado por Paravía, que se titulaba: Vida del apóstol San Pedro, príncipe de los apóstoles, primer Papa después de Jesucristo, original del sacerdote Juan Bosco. Cada capítulo termina con una máxima escultórica, que imprime en el corazón del lector amor a la Iglesia, y el librito acaba con una llamada a los protestantes para que vuelvan al redil de Jesucristo. Y lo mismo hará en los siguientes volúmenes, escritos por él sobre los Papas. A modo de apéndice, añadió la obrita del teólogo Marengo, profesor de Teología, impresa en 1855, con el título de Viaje de San Pedro a Roma, en la que queda doctamente probado este importantísimo punto histórico. Para la vida de San Pedro escribió don Bosco el siguiente prefacio: He pensado muchas veces cómo calmar la aversión y el odio que en estos tristes tiempos manifiesta alguno contra los Papas y contra su autoridad. Me ha parecido que un medio muy eficaz es el conocimiento de los hechos de la vida de esos pastores supremos, establecidos para hacer las veces de Jesucristo en la tierra y guiar nuestra alma por el camino del cielo. -Yo creo, decía para mí, que no se da en el hombre razonable tanta maldad como para oponerse a quienes han hecho tanto bien espiritual y temporal a los pueblos; que han llevado una ((**It5.581**)) vida ejemplar y laboriosa; que fueron siempre venerados por todos los santos y en todo tiempo, y que muchas veces, por promover la gloria de Dios y el bien del prójimo, defendieron la religión y la propia autoridad con su sangre. Con esta idea, católico lector, he acometido la narración de los acontecimientos de los Sumos Pontífices, que gobernaron la Iglesia desde Jesucristo hasta nuestros días. Comenzando, pues, por San Pedro, constituido primer papa por Jesucristo mismo, nos ocuparemos de sus sucesores, haciendo solamente las reflexiones ocasionadas por la misma narración. San Pedro es aquel apóstol a quien el Salvador llamó bienaventurado y, que recibió las llaves del reino de los Cielos con poder para atar y desatar, de tal suerte que, por regla general, sus sentencias tendrían que preceder a la de Dios; aquel apóstol, a quien Jesús encargó mantener en la fe a sus hermanos ordenándole que diera a sus ovejas, que son los Pastores de la Iglesia, y a sus corderos, que son todos los fieles, el pasto que fuera necesario para su bien espiritual y eterno; aquel apóstol en fin, a quien Jesucristo designó para regir a la Iglesia, que gobernó de hecho después de la gloriosa ascensión del Salvador al Cielo. Pero la autoridad de Pedro, según las palabras del Salvador, debía mantenerse visible entre los hombres, hasta el fin de los siglos, y como San Pedro era hombre y (**Es5.413**))
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