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((**Es5.404**) agudas, con variedad de tonalidades y vibraciones, unas fuertes, otras casi imperceptibles, combinadas con arte y delicadeza tales, que lograban formar un conjunto maravilloso. Don Bosco, al percibir aquellas finísimas melodías, quedó tan embelesado que le pareció estar fuera de sí, y ya no supo qué decir ni qué preguntar a su madre. Cuando hubo terminado el canto, Margarita se volvió a su hijo diciéndole: -Te espero, porque nosotros dos hemos de estar siempre juntos. Proferidas estas palabras, desapareció. Entretanto, con motivo de la muerte de la madre, nos contó don Miguel Rúa que don Bosco intuyó la necesidad de una Congregación de Religiosas, que se cuidara del vestuario y lavado de ropa de una familia tan numerosa; pero no quiso tomar ninguna decisión hasta que la Providencia le indicase, y de ((**It5.569**)) forma evidente, su voluntad. Sin embargo, como para pulsar la opinión general de la casa, una noche, después de las oraciones propuso a los muchachos la cuestión: >>Se deberán traer a casa algunas monjas, que se encarguen de lavar, planchar y remendar la ropa o sería mejor pagar a una mujer que venga durante el día y atienda a estos menesteres? Los muchachos, imaginando que la presencia de las monjas les hubiera ocasionado alguna restricción de libertad, respondieron unánimes: -íQue venga una mujer! Y fue al Oratorio una mujer, pero no pagada, y bien conocida por los muchachos. Era la señora Juana María Rúa, madre del clérigo Miguel, que hacía años iba a ayudar a mamá Margarita, con la que se entendía a maravilla. Y a la muerte de ésta se sentía naturalmente invitada a ocupar la plaza de la piadosa amiga. Dejó, por tanto, las comodidades de su casa, para ir a vivir en el paupérrimo Oratorio de aquellos tiempos. Era una mujer ya algo entrada en años, pero de robustísima complexión, de gran cordura y admirable paciencia, amante de la mortificación cristiana, y dispuesta para cualquier trabajo. Tenía una devoción firme y decidida y era de una conciencia delicadísima, sin sombra de escrúpulos. Todos los muchachos la quisieron con delirio, pues era un ángel de bondad. Pero ella atendía con preferencia a los aprendices, porque eran más pobres e ignorantes que los otros. Así lo atestiguaba José Reano. Ayudaba a la señora Rúa en el cuidado de la ropa la tía de don Bosco María Ana Occhiena, la viuda (**Es5.404**))
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