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((**Es5.337**) >>-Mira cómo aquel marmolista esculpe hermosas figuras en el mármol: tú tienes que esculpir en el corazón y en el alma de los demás hermosas máximas, santos propósitos y buenos ejemplos. >>Y añadía después que el fin de la Conferencia era el de hacer bien al prójimo, pero antes a uno mismo>>. Aquellos jóvenes, que eran unos veinte, tenían que ir de dos en dos, todos los domingos, a visitar a una o más familias pobres, que se les asignaban. Les llevaban alguna limosna, daban oportunos consejos a los padres, sobre todo acerca de la cristiana educación de los hijos, les invitaban a que los mandaran a la catequesis y a que frecuentaran el Oratorio. Eran recibidos con agrado, puesto que, además de la ayuda que tales visitas les prestaban, éstas eran hechas con regularidad, caridad y respeto, como don Bosco aconsejaba. De estas visitas sacaban también mucho provecho los caritativos visitadores, porque aprendían a conocer, apreciar y valorar el modo de socorrer al prójimo, y después, al salir a la vida del mundo, podían ingresar fácilmente en las grandes Conferencias de la Sociedad de San Vicente, en las cuales encontraban medios de santificación y buenos amigos, por cierto de condición más elevada que la suya. La reuniones se celebraban en el comedor de los Superiores, a la una y media de la tarde. Asistía don Bosco a ellas, y, a veces, tomaban parte distinguidos miembros de las Conferencias de la Ciudad, como el conde de Agliano o el comendador Cotta. El conde Cays lo hacía a menudo. Comenzábase con un oración, leíase el acta de la sesión anterior, dábase cuenta de las visitas efectuadas a la familias de los clientes el domingo anterior, y se concedían los puntos merecidos a aquéllos cuya ((**It5.472**)) conducta, según los informes, era buena. Se sumaban los votos que cada cual había merecido: diez, quince, veinte. Al que más puntos tenía se le adjudicaba un premio a fin de mes: por ejemplo, un par de pantalones, una chaqueta, o unos zapatos. A muchos se les entregaban libros instructivos y populares. Al terminar la reunión se hacía la colecta entre los socios, y hasta los más pobres hallaban una moneda que ofrecer, según el deseo de don Bosco que quería verlos a todos generosos. Naturalmente alcanzaban muy poco tales colectas, salvo el caso en que el conde Cays, el conde Collegno u otros ricos señores abrieran su cartera. También don Bosco ponía su moneda. Así podía mantenerse la caja para la distribución de las limosnas. Para visitar a los padres de los muchachos, se escogía con preferencia la hora de las diez, o bien las diez y media, después de las (**Es5.337**))
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