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((**Es5.324**) acogida que ha tenido a bien dispensarme. Seguramente no le llegará enseguida la presente, ya que todo mi tiempo está repartido entre el empleo, la familia, las necesidades materiales de la sociedad evangélica a la que pertenezco y sobre todo por las muchas obligaciones espirituales que tengo, siendo como soy, por la gracia de ((**It5.452**)) Dios, cristiano reciente, válgame también esto para disculparme en el caso de que se demore un tanto nuestra entrevista. Respondiento punto por punto a su gratísima carta, le advierto que el fin que me propongo ya lo he manifestado en mi anterior, y es: manifestar mi fe, mi esperanza y el fundamento en que se basan. Las consecuencias serán más bien los demás los que las deberán deducir, y no yo, que sé en quien confío, si a El place que su Santo Espíritu esté con nosotros y abra el corazón del que cree seguir su voluntad y no hace caso de las trapacerías de los hombres. Por lo mismo, confieso que no es la obstinación mi condición, pero en el caso de que fuera vencido, lo confesaré francamente. En cuanto a seguir al vencedor, debo observar que en esta materia es menester dejarlo al arbitrio del vencido, porque la fuerza de los argumentos, por una parte, y la ignorancia o la poca destreza para emplearlos, por la otra, pueden cerrarle a uno la boca; pero no siempre llega el convencimiento al entendimiento y mucho menos al corazón, pues aquél no puede manifestarse con sinceridad, si no es por él mismo que siente que el Espíritu del Señor se lo ha comunicado. He dicho esto, porque tendré siempre por mentiroso ante sí y ante los demás, y como un auténtico hipócrita, a quien dice y manifiesta, por agradar a los demás, que sigue una religión sin estar convencido de mente y corazón. Valga también esto para asegurarle que, aún después del éxito de nuestra conversación, seguiré con la misma estima de antes para con mis adversarios. En cuanto a exponer con sinceridad cada uno sus propias opiniones como si estuviéramos en presencia de Aquél que no se engaña, no dudo en modo alguno de usted, porque si no lo creyera así, no le habría escogido; y en cuanto a mí y a mi hermano será sólo la Biblia la que hablará, comentada por sí misma. Con esto entenderá su Señoría Rvdma. que quiero responder al segundo punto, o sea, que no puedo aceptar la tradición, contra lo que sé de cierto que está en la Biblia y que demostraré con esta misma y con la historia. En cuanto a la traducción de la Biblia me es indiferente seguir la Vulgata (excepto los libros que agregó el Concilio de Trento), la de Diodati 1 o la francesa de Martín y el texto griego del Nuevo Testamento en ((**It5.453**)) aquellos puntos en que hubiera desacuerdo entre los traductores. Si finalmente surgieran diferencias entre nosotros, en las que no pudiéramos ponernos de acuerdo, decidirán los diccionarios o los conocedores de la lengua, cuando sean filológicas; y la misma Biblia cuando se trate de principios fundamentales. Antes de terminar, creo oportuno decirle que el señor Pina no podrá fijar enseguida la fecha de nuestra reunión, porque anda por el campo con trabajos de la oficina. Esto no obstará a que se realice nuestro deseo de conversar, aunque prorrogará el momento de conseguirlo. Entre tanto, la próxima semana, si Dios quiere, tendré el gusto de conocerle personalmente y, si le place, charlaremos sobre el Reino de Nuestro Señor Jesucristo, que está pronto a llegar para consuelo de su Iglesia y aplastar definitivamente a Satanás, el demonio que nos acusa día y noche ante Dios (Job-X. 19. Apoc. XII, 10). 1 Juan Diodati (1576-1649), teólogo protestante suizo, que tradujo la a al italiano (1607). (N. del T.) (**Es5.324**))
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