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((**Es5.304**) concreta, lamentable, como si fuera el muerto quien hablaba. El diálogo duró largo rato. El auditorio estaba acobardado, fuera de sí. Por dos veces envió recado el Párroco a don Bosco para que terminara, porque reinaba una inquietud angustiosa en toda la iglesia. Y don Bosco concluyó así: ->>Qué es lo que te ha faltado? Hizo otra pausa. Todos sollozaban en alta voz. Y acabó diciendo: -Oigo su lúgubre voz que responde: <> >>Y qué os falta a vosotros, mis queridos oyentes? Mañana hablaremos de ello. Durante aquellos días de misión murió alguno más en el pueblo o en los alrededores y por tanto, hubo agonizantes que encomendar a las oraciones de los fieles. Por eso don Bosco decía en todos los sermones desde el púlpito: -Recemos un padrenuestro y avemaría por nuestro hermano fulano, a punto de presentarse ante el tribunal de Dios. Recemos un padrenuestro, ((**It5.422**)) avemaría y réquiem por zutano, que esta noche pasó a la eternidad. Estos sermones sacudían los espíritus, de tal suerte que los oyentes no podian resistir y corrían a confesarse. Fue tan grande la bendición del Señor que, de los tres mil habitantes que contaba el pueblo, no hubo un solo adulto que no recibiera los sacramentos. La misericordia de Dios alcanzó también a la Virgen Roja y al Padre Eterno, los dos mayores signos y símbolos vivientes de la secta. Mediaba entre predicadores y pueblo esa simpatía que nace de la libertad de palabra movida por el afecto y el aprecio concebido hacia el orador. Ello originó algún gracioso episodio. Un día, sin la menor intención de aludir a nadie, pasaba revista don Bosco a las varias categorías de personas: niños, mozos, solteras, mujeres casadas, padres de familia, y seguía haciendo, según su costumbre, las consabidas preguntas. De pronto dijo: -Decid a aquel anciano de cabellos blancos: >>Cuándo te decidirás a cumplir con Pascua y cambiar de vida? >>No te das cuenta de que ya estás con un pie en la sepultura? Unas voces le interrumpieron: -Aquí está ése de quien usted habla. Don Bosco quedó algo sorprendido. Efectivamente, delante del mismo púlpito estaba un anciano a quien la gente señalaba con el dedo. -Pues sí, señor, dijo el viejo en alta voz; me confesaré esta tarde y todo concluido. (**Es5.304**))
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