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((**Es5.301**) aquellos pobres engañados por las malas artes de Grignaschi. Eran éstas dos parodias que provocarían desprecio y horror si no fuera por la conmiseración a que movían aquellos pobres lugareños, tan vulgarmente embaucados por un desvergonzado impostor. También el Padre Eterno vestía y hablaba con la intención de que se le tuviera por el que su supuesto nombre significaba. Don Bosco esperaba. No tardó en comparecer en la estancia un hombre viejo, de alta estatura, de formas hercúleas, con una barba negra que le llegaba al pecho, con un par de zuecos en los pies, de extrañas maneras y con un sombrero de medio metro en la cabeza. Sostenía un libro bajo el brazo y caminaba con prosopopeya y arrogancia sorprendentes. Aquel tipo ciertamente podía asustar a cualquiera que se lo encontrara de noche, sin haber sido advertido. Hablaba siempre en versos pareados. Presentóse, pues, a don Bosco y exclamó: -Aquí estoy por que he venido y nadie me ha precedido. ->>Y quién es usted? ((**It5.418**)) -Sí, yo soy el Padre Eterno y no le temo al infierno. ->>Y sabe usted quién soy yo? -Sí que lo sé: le conozco: es el famoso don Bosco. Había que dominarse para no reír ante aquel tunante. ->>Qué tiene usted en ese libro? Lo abrió. En cada página había una pintura con curas que golpeaban a diablos y diablos que golpeaban a curas; con demonios a caballo de hombres y al contrario. Diablos vestidos de curas, de obispos, de papa. Cada grabado llevaba su correspondiente epígrafe. El tipo aquel seguía volviendo hojas y más hojas. Cuando don Bosco vio que empezaban los dibujos inmorales dijo: -Basta, ya he visto bastante, vamos a hablar en serio: usted me parece un hombre juicioso que sabe discurrir. Estoy seguro de que, si le preguntase quién le ha creado, contestaría que le ha creado Dios. -Que me haya creado Dios no lo debo pensar yo. -Dejemos por un momento estas extravagancias, empezó a decir don Bosco; recuerde que el tiempo vuela y que se acerca la muerte. La misericordia de Dios tiene un límite, si el pecador se obstina. A toda advertencia, el tipo aquel se quedaba con la última palabra y formaba sus dos versos pareados, sin gracia y sin sentido. (**Es5.301**))
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