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((**Es5.299**) deseos de los buenos. Don Bosco había quedado con el párroco Melino en ir a predicar a su pueblo las verdades eternas, juntamente con el canónigo de la catedral de Turín, Borsarelli de Riffredo. Consciente, sin embargo, de la dificultad e importancia de la misión, cuenta monseñor Cagliero, empezó ante todo por rezar él mismo y encomendarse a las oraciones de sus muchachos y de varios institutos religiosos. La segunda semana de enero llegaron a Viarigi los dos predicadores. Los esperaba todo el pueblo, formado a ambos lados del camino. Pero algunos, en actitud hostil, murmuraban entre ellos, tan alto que pudieron oírlo los misioneros: -Dirán cosas muy bonitas, pero no están inspirados. -Vienen a comer a nuestra cuenta. -Ya pueden volver por donde han venido. -Predicarán a los bancos, porque nadie irá a oírlos. Hay que saber que, apenas corrió por pueblo la noticia de que se había organizado la misión, los jefes de la secta ((**It5.415**)) se reunieron en conciliábulo para decidir cómo habían de conducirse en aquella circunstancia. Se acordó que ningún afiliado acudiría a la iglesia y obligaría a lo mismo a sus dependientes; proyectaron además organizar un baile o una velada musical, durante la misión. Contrataron los músicos y se dispuso todo para el éxito de su maligna intención. Hasta hubo padres de familia que propusieron que los más ricos se invitaran mutuamente unos a otros y convidaran a su mesa a los partidarios más pobres. Entraron los dos misioneros en la iglesia, en la que no había mucha gente. Pero se enteraron de que ya ocupaba un puesto la famosa criada de Grignaschi, Lana, la Virgen Roja, que, puesta en libertad por la justicia, después de haber cumplido su pena, había vuelto a aquel municipio. Había ido atraída por la curiosidad, para escuchar qué dirían los predicadores. Don Bosco subió al púlpito a predicar la plática de introducción. Echó un vistazo al minúsculo auditorio y, sin desanimarse, puso su confianza en Aquél que mueve el corazón de los hombres. Empezó a hablar. Alegróse con los que habían acudido y de sus buenas disposiciones; animóles a perseverar en su buen propósito y les invitó a que llevaran a la iglesia a cuantos pudieran. Como es costumbre, tocó el punto gravísimo de aprovechar la misericordia del Señor, que se les ofrecía, para que Dios no les castigara no volviendo a darles tiempo para aprovecharla en otra ocasión. Y que había razón para temer que Dios echara mano ((**It5.416**)) de (**Es5.299**))
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