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((**Es5.278**) cer las condiciones para la conducción de nuestros difuntos, señalando el coste de las diferentes clases de funerales y concediendo grandes ventajas en los pagos, que eran sufragados, no por los padres de los fallecidos, sino por don Bosco. Entre tanto, durante las fiestas navideñas, don Bosco recomendaba insistentemente a los muchachos internos y externos, que aplicasen por el alma del pobre Gurgo todas las comuniones que hiciesen. Don Bosco tenía una especial devoción a las almas del purgatorio. Cuando moría un muchacho, un bienhechor o un amigo de la casa, organizaba enseguida oraciones públicas, comuniones generales, rosarios, la celebración de un modesto funeral y aplicación de la misa comunitaria en sufragio de su alma. Hacía recitar oraciones especiales por los difuntos diariamente, en el ejercicio mensual de la buena muerte, y en el último día de carnaval. El día de Todos los Santos, por la tarde, asistía con todos los alumnos al rezo del Rosario entero, y a veces lo dirigía; y el dos de noviembre celebraba un oficio fúnebre por todos los fieles difuntos. Recomendaba a los jóvenes al Acto heroico de caridad en su favor. Cuando llegaba una fiesta, en la que se podía ganar indulgencia plenaria, aplicable a las almas del purgatorio, no dejaba de recordarlo. Animaba a los enfermos y atribulados a socorrer a aquellas pobres almas, ofreciendo por ellas a Dios sus tribulaciones; y él ofrecía las suyas, unidas a continuas oraciones. Cuando un muchacho o cualquier otra persona le pedía un consejo solía decir: -Haga una comunión, rece la tercera parte del rosario, o bien oiga la santa misa en sufragio del ((**It5.385**)) alma del purgatorio a la que sólo le falta el mérito de esta buena obra para satisfacer a la justicia divina y volar al cielo. Y, aun cuando no se lo pidieran, recomendaba estas u otras prácticas de piedad para tal fin. Su fe en la existencia del purgatorio era vivísima. Lo mismo en las instrucciones religiosas que en las conversaciones familiares procuraba a menudo dar a los muchachos una idea exacta sobre las penas del purgatorio; y las describía con tal colorido que inspiraba en el auditorio una profunda compasión y un ardiente deseo de rezar y sufrir en favor de las almas del purgatorio. Fueron testigos de ello don Miguel Rúa, don Juan Turchi, don Juan Bta. Francesia, monseñor Cagliero y en fin, todos, desde los primeros días del Oratorio. Se enterraba a Gurgo, y otro jovencito era llamado por Dios a la (**Es5.278**))
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