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((**Es5.238**) corre por toda Europa, y que tanto honra a la Iglesia con sus escritos. Vallauri, observando la mirada bonachona de don Bosco, le interrumpió: ->>Quiere, tal vez, darme un zurriagazo? -Mire, Profesor: refiriéndome a su opinión, le diré solamente lo que pienso: usted sostiene que los autores cristianos latinos no escribieron con elegancia sus libros y, en cambio, se compara a San Jerónimo por su modo de escribir con Tito Livio, a Lactancio con Cicerón, y a otros con Salustio y con Tácito. Don Bosco no insistió; Vallauri reflexionó un momento y respondió: -Don Bosco, lleva usted razón; dígame lo que debo corregir; le obedeceré ciegamente. Créame, es la primera vez que someto mi opinión a la de otro. Y desde aquel día iba repitiendo ((**It5.327**)) al hablar de don Bosco: -íEstos son los curas que me gustan! Son sinceros. Con toda cortesía conseguía resucitar prácticas cristianas caídas en desuso en muchas familias. El, que tanta importancia daba al santiguarse antes y después de las comidas, fue invitado por unos señores en cuya casa no existía esta práctica religiosa. Don Bosco lo sabía. -Déjame hacer, pensó; vamos a ver si les doy una lección. >>Qué hizo? Se entretuvo un poco con uno de los chiquillos, cuando habían invitado a pasar al comedor. Estaba ya la familia sentada a la mesa. Entró don Bosco en la sala y dijo al niño: -Ahora hagamos la señal de la cruz antes de empezar a comer. >>Sabes por qué debemos santiguarnos antes de comer? -No, no lo sé, respondió el chiquito. -Pues bien, te lo digo yo en dos palabras: el motivo es para distinguirnos de lo animales. Los animales, que no tienen razón, no hacen la señal de la cruz, porque no saben que el alimento que comen es un don de Dios; pero nosotros, que somos cristianos, y sabemos que el pan que comemos es una gracia del Señor, hemos de santiguarnos en agradecimiento. Además, tú sabes muy bien lo fácil que es morir. Podría suceder que una miga de pan equivocase el camino y nos cortase la respiración, o que una espina de pescado se nos clavase en la garganta; pues, si rezamos antes al Señor, él nos librará de todos estos peligros. Di, pues, conmigo: En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, amén. El padre, la madre y los demás se miraron uno a otro y se ruborizaron. (**Es5.238**))
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