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((**Es5.222**) cuando le vino a la mente una duda. Volvió atrás y preguntó al confesor: ->>Es usted don Bosco por casualidad? -Soy don Bosco, contestó el confesor, sonriendo. El periodista, conmovido y admirado, se retiró con las lágrimas en los ojos. A este hecho sucedióle otro aún más singular. Estaba don Bosco, la tarde del último día de ejercicios, dirigiendo como de costumbre el santo rosario. Se hallaba de rodillas a un lado del presbiterio: tenía a su derecha el altar y a la izquierda casi un centenar de señores turineses. Al acabar el de profundis, de repente paró: intentó seguir con el responsorio y el Oremus pero tropezó, tartamudeó y fue incapaz de proseguir. Parecía haber perdido la memoria, o andar absorto en un pensamiento dominante. <>. Con todo, hubo algunos que manifestaron su extrañeza de que don Bosco no hubiera sabido recitar una oración tan corriente. Sus amigos más íntimos pensaron que en aquel momento él se había detenido frente a algún espectáculo extraordinario. Efectivamente así era. ((**It5.304**)) Había visto aparecer en el altar dos lucecitas. En medio de la llama de una leíase con claros caracteres: muerte y en la otra: apostasía. Las dos llamas salían del altar, como si se hubieran desprendido de las velas del mismo, y se dirigían hacia la nave de la iglesia. Don Bosco se levantó para ver en qué paraba aquello y vio que las llamitas, girando por encima de la gente, fueron a posarse, la primera sobre la cabeza de uno y la segunda sobre la de otro de los que estaban arrodillados en medio de los compañeros. El resplandor de las luces hacía resaltar su fisonomía y don Bosco pudo verlos sin peligro de equivocarse. Poco después se apagaron las llamas. Esta había sido la causa de su distracción. Al día siguiente, cuando todos subían a las diligencias, el señor Bertagna, natural de Castelnuovo, procuró sentarse al lado de don Bosco, para sonsacarle el imaginado secreto. También los clérigos (**Es5.222**))
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