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((**Es5.221**) ellos y les preguntó amablemente por qué no iban a trabajar, a lo que respondieron que nadie los quería. Entonces los invitó a seguirle hasta su casa, donde les proveería de todo y haría que les enseñaran un oficio. Aceptaron la invitación y don Bosco, con su caridad y heroica paciencia, libró al Oratorio de los grandes fastidios de aquella panda y tuvo la satisfacción de hacerlos unos buenos obreros. Unos se quedaron allí seis meses, otros un año, algunos dos y los hubo que estuvieron cuatro o cinco; pero todos salieron después de haber sido instruidos en nuestra santa religión y haber aprendido un oficio para ganarse la vida. Uno de ellos, vuelto de América mucho años después, se presentó en el Oratorio recordando agradecido la caridad que don Bosco había tenido con él y sus compañeros. Yo ((**It5.302**)) hablé con él en esta ocasión>>. Y terminaba así don Miguel Rúa: <>. En medio de estas aventuras el año había llegado a la mitad de julio. Don Bosco, junto con los clérigos Francesia, Turchi y otros compañeros, subió a San Ignacio, en Lanzo, para hacer los ejercicios espirituales. Tomaban parte en ellos muchos señores de Turín y don Bosco los dirigía, por encargo de don José Cafasso. Eran numerosos los cambios de vida que Dios operaba por mediación de don Bosco, merced a los dones extraordinarios que había recibido del cielo y a la confianza general de los ejercitantes que lo buscaban para confesarse. Baste un hecho por el momento. Había ido a hacer los ejercicios un periodista impío, seguramente más para tomarse unos días de reposo con aquellos aires límpidos, que no para pensar en su alma. Había escrito y publicado muchos artículos contra don Bosco, a quien no conocía personalmente. Durante los primeros días, ya fuera por haberse mantenido en soledad, ya fuera por haber alternado con personas que no conocían a don Bosco, no supo que el hombre de Dios se hallaba en aquel santuario. Impresionado por los sermones, determinó confesarse y al ver que el confesonario de don Bosco era muy concurrido, también él fue allá. Naturalmente hubo de manifestar cuál era su profesión y cómo había faltado en ella. Don Bosco lo escuchó bondadosamente, le dio los oportunos consejos y le impuso la penitencia que la conciencia le dictaba. El se dio buena cuenta de quién era aquel señor, y éste, encantado de sus caritativas maneras, ni siquiera ((**It5.303**)) pensó en preguntar el nombre de su confesor. Besó su mano, iba a retirarse, (**Es5.221**))
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