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((**Es5.219**) tan consoladora y tan profunda, que nunca se borrará de mi memoria. Me quedé prendado locamente de él y aún lo estoy. >>Comparé entonces el trato que don Bosco daba a los muchachos con el de los curas de mi aldea y pueblos circunvecinos, que nunca me habían recibido con tanta afabilidad y cariño. Y no fui yo sólo el que experimentó este afecto en mí; también lo habían sentido muchos otros jóvenes que le rodeaban y a los que me uní muy a gusto. Al primer encuentro me dijo don Bosco: >>-íDe hoy en adelante seremos buenos amigos, hasta que nos volvamos a encontrar en el paraíso! >>íLe eran tan familiares estas palabras! >>Desde aquel momento no dejé de ir al Oratorio festivo hasta 1866, excepción hecha del tiempo que pasé en el servicio militar. Ya en mi pueblo frecuentaba los sacramentos, pero entonces comencé a comulgar casi todas ((**It5.299**)) las semanas y aún más a menudo, de acuerdo con los consejos de don Bosco. Desde 1866 iba de cuando en cuando a Valdocco donde siempre hallaba oportunidad para charlar con el siervo de Dios. >>Volviendo, pues, a mis primeras impresiones diré que conocí a la señora Margarita, prototipo de la buena ama de casa, de espíritu auténticamente cristiano. En verdad desempeñaba el papel de una buena y piadosa madre de los muchachos del Oratorio; en ella teníamos todos una confianza filial y estábamos edificados de sus virtudes y de su ejemplar conducta. >>Añadiré en segundo lugar, que la primera vez que fui a Valdocco vi unos doscientos jóvenes internos, algunos ya clérigos, y otros seiscientos externos que asistían al Oratorio festivo. Cuando don Bosco salía al patio, todos se apiñaban a su alrededor, y se tenía por feliz quien podía acercarse a él y besarle la mano. Se puede afirmar que él decía a cada uno una palabrita al oído, la cual impresionaba santamente y no se olvidaba jamás. >>Vi cómo don Bosco se ganaba a los jóvenes, dándoles libertad y comodidad para divertirse, jugar y correr. Cuanta más bulla había en el patio, más contento parecía estar él; cuando advertía que andábamos algo tristes, o solamente menos alegres, él mismo se industriaba para animarnos de mil modos, con nuevos juegos y así nos llenaba de nueva alegría. Lo mismo se las apañaba para reunirnos en torno a él en los días de fiesta y tenernos a todos bajo su mirada. Al llegar la hora de las funciones sagradas, él mismo tocaba la campanilla o hacía que otro la tocara. En un instante cesaban los juegos y entrábamos en la iglesia>>. (**Es5.219**))
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