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((**Es5.178**) Este hombre, siendo presidente del Consejo de Ministros, a fines de diciembre de 1849, salió con esta simple afirmación en una convención para un acuerdo entre los Ministros y los diputados de izquierda: que él no entendía mucho de Constitución y que ni siquiera había leído el Estatuto 1. Y fue él el genio malo que quiso apartar al Rey del recto sendero, él, que ni había leído siquiera el artículo 29 del Estatuto: << Todas las propiedades, SIN EXCEPCION ALGUNA, son inviolables>>. Entretanto, hacía ocho días que el general Durando parecía moverse inútilmente con indagaciones y conversaciones para formar nuevo gobierno. Pero todo ello era pura comedia. El 3 de mayo, reunido el Senado, declaraba el general Durando que los antiguos ministros habían vuelto a tener sus carteras y Cavour la presidencia. Este pedía en seguida ((**It5.238**)) que continuara el debate sobre la ley Rattazzi y se fijaba para ello el 5 de mayo. Pero hete aquí que, mientras en el Senado se discutía el malhadado proyecto, el 17 de mayo se enlutaba de nuevo la casa real. La llorada reina María Adelaida había dado a luz un varón el 8 de enero de aquel año. El niño, Víctor Manuel Leopoldo María Eugenio, gozaba de óptima salud y crecía, pero de pronto se encontró muy mal y fue a reunirse con su madre. En cuatro meses, el Rey había perdido madre, esposa, hermano e hijo. El sueño de don Bosco se había cumplido plenamente. A pesar de esto, el 22 de mayo aprobaba el Senado la ley, por cincuenta y tres votos contra cuarenta y dos, con alguna modificación propuesta por el senador Des-Ambrois. Eran suprimidas las órdenes religiosas señaladas en la ley, con el inmediato secuestro de todos sus bienes; pero se permitía a sus miembros morir en los conventos, aunque obligándoles a habitar en las casas designadas por el ministerio y con una pensión de acuerdo con el rédito limpio de los bienes que entonces poseían sus casas; mas, sin pasar de 500 liras por cada religioso o religiosa profesa y de 240 liras por cada lego o converso. Modificada así la ley, era seguro que el Parlamento se apresuraría a aprobarla. Don Bosco, deplorando tan gran mal, había hecho rezar en muchas instituciones de la ciudad, y no sólo había animado a sus muchachos a hacer prácticas piadosas, sino incluso a ayunar a pan y agua un día entero. Todos le obedecieron, según nos contó don Juan Turchi. 1 TAVALLINI, Vida y tiempos de Juan Lanza, vol. I, pág. 110. (**Es5.178**))
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