Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


((**Es5.160**) compañía, les hacía razonar y, en resumidas cuentas, los sacaba de su desaliento y los consolaba como mejor podía. Merece recordarse aquí de modo particular una de sus industrias. Cuando se daba cuenta de que alguno hacía ya ((**It5.212**)) tiempo que no se confesaba, el celoso jovencito procuraba de buenos modos acercarse a él, charlaba o jugaba en su compañía y continuaba así por algún tiempo; pero, de pronto, cortaba el hilo de la conversación, suspendía la partida y decía al amigo: ->>Me harías un favor? -Claro que sí. >>Cuál? -El domingo quiero ir a confesarme; >>me acompañarás? Generalmente, por complacerlo, el compañero respondía que sí. A Domingo le bastaba aquello y seguía la conversación o reemprendía la partida. Al día siguiente hacía lo mismo con otro; así que, el sábado por la tarde o el domingo por la mañana, edificaba verle a los pies del confesor, con dos o tres y, a veces, hasta con siete u ocho jovencitos de los más reacios a los actos de piedad, llevados por él a aquel ejercicio religioso. Estos hechos se repetían con frecuencia y eran de gran provecho para los compañeros, y de gran consuelo para don Bosco, el cual solía decir que Domingo Savio atrapaba más peces en la red con sus juegos que los predicadores con sus sermones. Pero Savio no andaba solo en estas santas empresas; distinguíase otro entre los demás: Juan Massaglia, óptimo jovencito, de cerca de su pueblo. Llegaron ambos contemporáneamente al Oratorio, ambos tenían el deseo de abrazar el estado eclesiástico y firme propósito de santificarse. -No basta, decía cierto día Domingo a su amigo, no basta decir que queremos abrazar el estado eclesiástico, es menester tratar de conseguir las virtudes necesarias para este estado. -Es verdad, respondió su amigo; pero si ponemos de nuestra parte todo lo que podemos, Dios no dejará de ((**It5.213**)) darnos las gracias y la fuerzas para hacernos dignos de favor tan grande como es el de ser ministros de Jesucristo. En el florecimiento de tantas virtudes en el Oratorio, veía don Bosco la mano de la Santísima Virgen que las cultivaba, experimentaba la eficacia de su maternal protección, y procuraba por su parte corresponderle con ardorosa voluntad. Ese fue el móvil y el secreto que le indujo a hacer la primera prueba de lo que más tarde fue su gran obra, a saber: el principio de la Pía Sociedad, a la que siempre había encaminado sus deseos. A tal fin, después de haber hablado (**Es5.160**))
<Anterior: 5. 159><Siguiente: 5. 161>

Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


 

 

Copyright © 2005 dbosco.net                Web Master: Rafael Sánchez, Sitio Alojado en altaenweb.com