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((**Es5.147**) cuanto más se acerca uno a ellos, y así se disipan sospechas, animosidades, impresiones adversas, hijas de malquerencias, y, en consecuencia, fácilmente se allanan las dificultades que suelen entorpecer la solución de algunos asuntos. Quien trataba con don Bosco, quedaba prendado de su franca jovialidad y humildad, de la sencillez de sus razones, y se convencía de que no abrigaba sentimientos de enemistad contra nadie, fuera del partido que fuera. Por esto no se ofendían al saber que mantenía principios y una causa contraria a la suya con toda firmeza, pero sin acritud. Más de uno de ellos iba a Valdocco a informarse de cómo marchaba su recomendado y para observar a don Bosco en medio de la multitud de sus chiquillos. Era un espectáculo muy distinto del que se advertía en otros centros. El Oratorio ofrecía un ejemplo vivo de cómo la alegría y el alborozo sólo se encuentran donde reinan la inocencia de vida y la paz y tranquilidad de conciencia. Allí la disciplina era fácil, porque nacía del amor; el estudio y el trabajo alegre y gustoso, porque eran fruto del sentimiento del deber y del honor. Estas aseveraciones, que espontáneamente se presentaban a la mente de aquellos señores, terminaban por disipar cualquier prejuicio que les hubiera quedado contra don Bosco, y se convertían en sus afectuosos admiradores. El mismo Víctor Manuel no podía ignorar las rectas intenciones de don Bosco y, pasados aquellos tristes y agitados días, le veremos seguir proporcionando sus donativos al Oratorio, y fijar subvenciones para los muchachos, cuya aceptación recomendaba a través de los oficiales de la Casa Real. ((**It5.193**)) Por aquel tiempo se preparaba don Bosco, en el mes de febrero, para predicar la palabra de Dios fuera de Turín, a pesar de la angustia que sentía por la grave cuestión que se agitaba en el Cámara de Diputados, la agradable convivencia con sus alumnos y las dificultades financieras del Oratorio. Estas ciertamente se dejaban sentir mucho en sus ausencias, porque había bienhechores que llevaban limosnas y querían entregárselas en mano; o porque tenía que ir él en persona a buscarlas, confiado de obtener las cantidades necesarias. Pero su celo no se reducía por ello. Y así había escrito al teólogo Appendino, a Villastellone: Turín, 6 de febrero de 1855 Queridísimo señor teólogo: Ha llegado el octavario y me dispongo a cumplir mi promesa. Solamente quisiera hacerle una propuesta, si es posible. >>Podría usted, u otro, predicar el primer sermón del sábado? >>Llego a tiempo el domingo, saliendo de aquí en el vapor de las (**Es5.147**))
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