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((**Es5.122**)((**It5.157**)) CAPITULO XVI DON BOSCO Y LA VIRTUD DE LA PUREZA EL amor ardiente de don Bosco a la Virgen era una irradiación y una prueba de la pureza de su corazón. Sí, estamos íntimamente convencidos de que ahí está el secreto de su grandeza, es decir, que Dios le colmó de dones extraordinarios y que se sirvió de él para obras maravillosas porque se mantuvo siempre puro y casto. <>. Sus palabras, su ademán, su trato, y todos sus actos exhalaban un candor y un hálito virginal, que cautivaba y edificaba a quien se acercaba a él, aun cuando fuera un pervertido. El aire angelical que irradiaba su rostro tenía un atractivo especial que conquistaba los corazones. Jamás salió de sus labios una palabra que pudiera ser menos conveniente. En su porte evitaba cualquier gesto, cualquier movimiento que tuviese el menor asomo mundano. Para quien le trató en los momentos más íntimos de su vida, lo más extraordinario que en él encontró ((**It5.158**)) fue la suma atención que constantemente prestó a los más solícitos cuidados para no faltar en lo más mínimo a la modestia. Algunos de los suyos quisieron examinar en todo y por todo su conducta exterior, observándole alguna vez hasta por el ojo de la cerradura de la puerta, y nunca le sorprendieron en actitud menos digna. No se le vio, ni siquiera una vez, cruzar las piernas una sobre otra, tumbarse a la larga sobre una butaca, ni meter la mano en el seno o en los bolsillos, ni siquiera en tiempo frío, para calentarlas. No permitía que en su presencia se contaran chistes groseros, se enojaba al oír una frase un tanto libre y no dudaba en advertírselo a quien la había dicho. (**Es5.122**))
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