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((**Es4.98**) sus patas el cesto abierto, sacó una gorra, se la puso en la cabeza y volvió a subir al árbol. Entonces todos, uno tras otro, hicieron lo mismo, y no acabó el juego hasta que se acabaron las gorras. El mercader dormía a pierna suelta y también los monos durmieron, por vez primera, con la gorra a la cabeza, como delicados señoritos. Pasó la noche. Por el oriente se asomaba hermosa y sonrosada la matutina aurora, precursora del astro rey, y nuestro mercader despertó y se levantó para reemprender el camino. Pero ícuál no fue su sorpresa y su angustia al ver que le habían robado las gorras! -Pobre de mí, exclamó, han venido los ladrones, estoy arruinado. Pero observó mejor, reflexionó atentamente, y se dijo: -Parece que no es eso; si hubieran sido los ladrones, se hubieran llevado todo y no sólo las gorras: no entiendo este misterio. En aquel instante levantó casualmente los ojos y vio a los monos con la gorra puesta. -íAh, dijo, son esos pícaros! Y se puso a asustarlos, tirándoles piedras para obligarles a dejar su mercancía; pero los monos saltaban de rama en rama y no se daban por entendidos. Tras varias horas de inútiles esfuerzos, el pobre mercader, no sabiendo ya que hacer, se llevó las manos a la cabeza medio desesperado, y arrojó con furia al suelo la gorra que todavía llevaba puesta. Los monos que lo vieron hicieron lo mismo ((**It4.117**)) y en un abrir y cerrar de ojos cayó del árbol una lluvia de gorras, que consoló al apenado mercader. Los muchachos, había terminado diciendo don Bosco, hacen poco más o menos lo mismo que los monos. Si ven que otros hacen algo bueno, ellos también lo hacen; si ven hacer algo malo, lo imitan más deprisa. Por eso es necesario poner ante sus ojos ejemplos edificantes y alejarlos a mil kilómetros de los escándalos. Cuando don Bosco vio que de tantas cosas como había dicho en su plática, apenas si se acordaban los muchachos de ciertos hechos, puso gran empeño en tejer sus instrucciones con muchos ejemplos y comparaciones, que impresionaran su fantasía para, de este modo, abrirse camino e iluminar su mente y mover su corazón; lo que le dio un feliz resultado. Realmente predicaba y acompañaba sus narraciones con tanto afán de salvación, que un día se emocionó hasta estallar en grandes sollozos, y al bajar del púlpito dijo al clérigo Ascanio Savio humildemente y casi mortificado: -No he podido contenerme. Pero produjo un efecto indecible en los oyentes conmovidos.(**Es4.98**))
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