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((**Es4.86**) a fin de que pudiera escapar. Don Bosco llamó a su madre y le dijo que preparara la cena para aquella noche. -íVaya ocurrencia!, replicó Margarita; >>por qué me mandas esto? >>Temes que no la prepare? -Porque suceda lo que suceda, añadió don Bosco, esté usted segura de que yo no me iré de Turín. Hacia las cuatro de la tarde, según lo convenido, debía llegar al Oratorio la turba alborotadora, pero no apareció nadie. Ni tampoco al día siguiente, ni al tercero. >>Qué había sucedido? La chusma, después de haber gritado contra los Oblatos de María, se había propuesto marchar hacia Valdocco. Estaba ya la muchadumbre para dirigirse allá, cuando uno de los manifestantes, que conocía a don Bosco y había recibido de él pruebas de afecto, subió al guardarruedas de una esquina, alzó la voz y dijo: -Amigos, oídme. Algunos de vosotros quieren bajar a Valdocco para gritar contra don Bosco. Seguid mi consejo, no vayáis. Como hoy es día laborable, allí no están más que él, su madre, ya vieja, y unos cuantos pobres muchachos asilados. En vez de muera deberíamos gritar viva, porque don Bosco quiere y ayuda a los hijos del pueblo. Después de éste, subió otro orador y dijo a gritos: -íDon Bosco no es amigo de Austria! íEs un filántropo! íEs un hombre del pueblo! íDejémosle en paz! No vayamos a gritar viva ni muera y vayamos a otra parte. Estas palabras calmaron y detuvieron a la pandilla, que marchó a aturdir los oídos de los dominicos y barnabitas. Entre tanto, recibía don Bosco una sorpresa imprevista y desagradable. El Gobierno, que se había incautado hasta de los ((**It4.100**)) muebles del convento de los servitas, envió parte de ellos al Oratorio. Hubieran querido algunos que don Bosco rehusara aquel mobiliario. En cambio don Bosco lo aceptó, pero sin dar las gracias, y avisó enseguida al padre Pittavino, que estaba en Saluzzo, mandara retirar lo que era de su propiedad; le rogaba tan sólo le cediera una mesa, que necesitaba para sus jóvenes y que le fuera concedida de buen grado. Así recobraron lo suyo los Padres Servitas, y don Bosco, sin faltar a la justicia, evitó un choque con el Gobierno, que le hubiera podido acarrear grave daño. Este hecho se lo contó al canónigo Anfossi el reverendo Padre Francisco Faccio, de la orden de los Siervos de María, antes párroco de San Carlos. Pero mientras sucedían estos acontecimientos gloriosos para el clero, desde que Jesús enseñó ser bienaventurado el que sufre por la(**Es4.86**))
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