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((**Es4.85**) El 12 de agosto de 1850 se presentaba solemnemente el Jefe de Policía con doce guardias a registrar la casa de los Oblatos en Ntra. Sra. de la Consolación de Turín, en busca de pruebas de la culpabilidad de Fransoni, pero no encontró nada. Se pretendía que los Oblatos eran sus cómplices contra el Estado. La plebe de siempre armaba tumultos, pues corrían voces de conjuras tan furibundas, que hubo de aumentarse el número de policías y carabineros, y llamar al ejército y, por último, a la guardia nacional, ((**It4.98**)) sin disolver la aglomeración de la chusma y de tunantes. Al atardecer llegó a tal punto el tumulto, que la policía tuvo que emplear la fuerza para contener la avalancha de la multitud. Entonces, el Jefe de Policía se presentó ante la puerta del Convento y leyó una declaración, en la que constaba que, cumplidas las más minuciosas pesquisas, no se había encontrado el menor indicio de culpabilidad en aquellos religiosos. Las turbas se dispersaron, pero los periódicos al servicio de la revolución publicaron que había pruebas de conjuración, aunque los culpables habían hecho desaparecer todo rastro de conspiración. Fue en esta ocasión cuando, según cuenta el teólogo Reviglio, don Bosco escribió un folleto, o bien algún artículo, en defensa de las órdenes religiosas; y además, dada la influencia de que gozaba ante autorizados personajes, pudo impedir la expulsión de los Oblatos, apartando por entonces de su cabeza un decidido e inmerecido quebranto. Es sabido el gran afecto que profesaba a aquellos religiosos y cómo más de uno de sus muchachos, movido por las alabanzas que les tributaba, ingresó en aquella congregación. Pero mientras defendía a los Oblatos, tuvo que pensar en defenderse a sí mismo de los furiosos ataques que le preparaban en las madrigueras de las sectas. El era conocido como fervoroso defensor de los derechos de la Iglesia, y los enemigos de ésta habían decidido, y llevaron a efecto su plan, tratar de aminorar la influencia de su acción, cada vez que tramaban nuevas ofensas contra ella y contra el Papa. Le presentaban ante el pueblo como enemigo de las nuevas Instituciones y como un sacerdote inspirado por el espíritu jesuítico, educador fanático de santurrones y enemigo de la libertad. Le consideraban también como cómplice del Arzobispo en conspiraciones reaccionarias. Prepararon, pues, para el catorce del mismo mes una odiosa demostración contra el pequeño hogar de San Francisco de Sales, para ((**It4.99**)) destruirlo y echar fuera a don Bosco. Nada se había traslucido al público sobre este plan, cuando el señor Valpotto, el que había mandado la instancia a la Alta Cámara en nombre de don Bosco, se presentó el mismo día a advertirle del peligro que le amenazaba,(**Es4.85**))
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