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((**Es4.557**) que no podían pasar; que rodaban por sí mismas sobre el pavimento de la habitación. Los hombres, que acudieron a contemplar el caso, estaban asombrados. La tempestad se repitió durante cinco días, jueves, viernes, sábado, domingo y lunes. Caían piedras pequeñas como el dedo pulgar y otras gruesas que llegaban a pesar tres libras y ocho onzas; caían trozos de madera desgajada recientemente, tierra procedente de hoyos vecinos, trozos de tejas embarradas, un ramo de olivo envuelto en paja, un sarmiento de más de un palmo de largo. En total cayeron casi cuarenta kilos de material. La granizada venía de arriba abajo, de abajo arriba, en todas direcciones: daba contra la puerta, contra las paredes, sobre el tejado, contra el papel de las ventanas, que naturalmente debía quedar totalmente roto, y sin embargo no se veía en él ni una rendija; golpeaba las espaldas de los pobres cristianos, el estómago, las rodillas, la nuca, el sombrero, los carrillos, la barbilla, la mano, mas ni los pedazos más gordos hacían ningún mal; caían en la jofaina, en el cubo con gran ruido; ibas a ver si se habían roto y no encontrabas la menor señal de haber sido tocados. ((**It4.730**)) Una de las piedras cayó cubierta de un asqueroso salivazo, algunas estaban secas, otras mojadas por la lluvia; yo las tuve en mi mano, me dieron en el sombrero, en el estómago y en la rodilla izquierda y vi granizar durante casi una hora y media. Antes y después de mí, acudió mucha gente de la aldea, y vinieron de Castelnuovo, de Bardella, de Buttigliera, de Mondonio, etc., y lo vieron todos, viejos, jóvenes, hombres en sus cabales y hasta los más incrédulos. Nadie ha sabido explicarse la causa. Hay quien dice que se trata de alguna alma del purgatorio, hay quien cree que es cosa del diablo y hay quien, contra toda apariencia y contra el buen sentir de todos, se obstina en afirmar que se trata de un juego preparado. Pero la conclusión es ésta: primero, el hecho es certísimo, atestiguado por centenares de personas. Segundo, la causa del hecho no sabe explicarla nadie. Esta es, querido Angel, la historia de las piedras. En Turín hay personas doctas; diles que te lo expliquen y pregúntales si esto es naturalmente posible, por cuanto las piedras no podían entrar ni por encima, ni por las paredes, ni por la puerta, ni por la ventana, y que además el ruido era inocuo, de modo que sus golpes parecían una caricia que casi invitaba a reír... Castelnuovo de Asti, 18 de enero de 1867 Tu afectísimo hermano ASCANIO (**Es4.557**))
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