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((**Es4.555**) Don Bosco tuvo cierta prueba de que aquellos desventurados invocaban, al menos indirectamente, al demonio, como posteriormente lo narró a Buzzetti y a otros con estas palabras: <<-Cierto sujeto que se había enrolado en determinadas sociedades, se me presentó y me dijo: >>Yo que, hasta ahora, no había tenido tiempo para pensar en Dios, ni en el infierno, sino que precisamente por esto, desde hace mucho tiempo me había entregado a una vida llena de errores, ahora tengo de nuevo fe y temor de Dios. >>Sabe cómo sucedió? Oiga la historia verdadera y sin sombra de exageración. Un amigo ((**It4.727**)) empezó a llevarme a ciertas reuniones donde se encontraban hombres amigos del bien vivir: pero que, salvo el hablar mal de la religión, por lo demás parecía que pensaran en obras de beneficencia. Si se preparaba un baile, era para socorrer a lo pobres; si se organizaba un carnaval, no faltaba la colecta para los enfermos, etc.; en fin, que, a nuestro modo, se hacía el bien y yo estaba contento de ello. Había, sin embargo, un detalle que me desagradaba y era el de obrar con malignidad contra el Papa; pero, ya me había acostumbrado. Eran cosas que también se veían en otras partes; y, en mi opinión, no se hacía mal a ninguno. >>Mas, después vino lo peor. La otra noche, invitado por un amigo mío a asistir a unos experimentos de espiritismo, tuve la desgracia de ver aparecer, vivo, verdadero y espantoso, ante mí, ése que se llama el gran arquitecto, es decir, el diablo. No le digo lo mucho que sufrí en aquel momento. Y cómo hubiera deseado no haber ido nunca a aquella reunión. Pero estaba en ella y tenía que permanecer. Me quedé mudo y sudé frío, durante el tiempo de aquella aparición. Todos tenían miedo y terror, por lo que el silencio reinante era general. Cuando el acto acabó, volví a casa, lamentándome con mi amigo del gran miedo que se me había metido en el cuerpo. Y volviendo a pensar en ello después, durante la noche, no pudiendo alejar de mi fantasía la figura de aquel horrendo Chivo, que seguía siempre en mis pupilas, me dije para mí mismo: íSi el diablo existe, también debe existir Dios! Y pasando de una cosa a otra, recordé que Dios tenía su ley, y que sería mejor volver a practicarla como había hecho durante los primeros años de mi juventud. >>Por la mañana procuré poner en paz mi conciencia, y, después de muchos años que no lo había hecho, fui a confesarme. Aquel padre me consoló y sus palabras quedaron ((**It4.728**)) impresas en mi corazón. Ahora amo a Dios, practico su santa religión y vivo la paz, ya no temo al diablo. Pero fue él, el feo monstruo, quien me habló, (**Es4.555**))
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