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((**Es4.554**) un lapicero debajo del cual se colocaba un trozo de papel y éste se contraía con las respuestas en letras claras que correspondían a las preguntas. Caballetes minúsculos producían el mismo fenómeno. Esto hacía suponer la mano de un ser inteligente, que se anunciaba con el nombre de algún santo o de algún hombre célebre ya difunto y de fama. Se hablaba de estos hechos en las conversaciones señoriales, en las reuniones de los industriales y en los encuentros de los obreros. Habiéndose informado de ello don Bosco, se topó casualmente con uno de los actores más conocidos de aquellos enredos diabólicos, y, sin más, le presentó cara y le dijo que los fenómenos producidos por su arte no eran más que juegos de saltimbanqui. Desafió aquél a don Bosco invitándole a ir a su casa para ver y comprobar la verdad de la cuestión. Don Bosco, siempre con permiso de la autoridad eclesiástica, fue acompañado por los teólogos Marengo y Nasi, pero llevando consigo, escondida bajo la sotana, una reliquia de la santa cruz. Fue recibido con gran complacencia; brillaba en el rostro del magnetizador la seguridad del triunfo. Se colocó la mesa en medio del salón; sólo que, por más que él hizo e hicieron otros, la mesa no se dio por entendida ni ((**It4.726**)) para moverse ni para responder. El desafiador, maravillado y enojado, tras haber repetido sus pruebas sin resultado, se volvió a don Bosco diciéndole que él era el causante de aquel fracaso, porque no consentía voluntariamente en aquellos fenómenos, porque no creía. Y concluyó: -íUsted no tiene fe! ->>Fe en qué?, respondió don Bosco mirándole seriamente a la cara. Y se retiró convencido, con sus dos amigos, de que la reliquia de la santa cruz había sido la causa de la inmovilidad de aquella mesa. El mismo don Bosco narró este hecho a sus sacerdotes y a sus clérigos. Mientras tanto, sin embargo, iba creciendo la asistencia de personas cultas a los consultorios magnéticos donde, después de hipnotizar a uno de los presentes, se producían efectos espiritistas maravillosos o espantosos del todo; tinieblas y luces; músicas invisibles y manos misteriosas que apretaban, acariciaban y golpeaban; bailes repentinos y desenfrenados de todo el mobiliario de una habitación, apariciones agradables u horrendas de espectros y de almas de los difuntos. Y las consecuencias de estos innumerables espectáculos en Turín y en provincias eran delirios, suicidios, obsesiones, desesperaciones, muertes repentinas, hipocondrías incurables, parálisis, espasmos agudos y cien maldiciones más. (**Es4.554**))
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