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((**Es4.552**) -Muy bien; ahora se podrá leer, replicó el charlatán. Os toca a vos: leed, ordenó a la mujer. -No puedo. ->>Por qué no podéis? La médium hacía señales de viva impaciencia y replicó: -Porque... porque no puedo. Ya os he dicho que no quiero trabajar ante gente que pertenece al altar. Y profirió una blasfemia atroz. Ante tal conclusión el pueblo comenzó a silbar y se disolvió haciendo comentarios injuriosos contra el arte de aquel señor. ((**It4.723**)) Varias veces se presentó don Bosco con diversos recursos ante las multitudes para deshacer las artes de los magnetizadores, los cuales nunca pudieron realizar nada extraordinario en su presencia, y no ganaron más que desprecios y fama de impostores. Apagaron consiguientemente la manía de muchos por asistir a aquellos portentos y ya no hablaban de ellos más que para despreciarlos. De las plazas pasó don Bosco a las casas donde celebraban reuniones magnetizadores diplomados de los que, al igual de los otros, se había convertido en un verdadero perseguidor. Junto a San Pedro ad Víncula se había instalado un tal doctor Fiorio, el cual por medio de una médium pretendía poder descubrir un precioso tesoro que aseguraba estaba escondido por aquella zona. Don Bosco tomó consigo unos jóvenes para que fueran testigos, entre ellos los clérigos Reviglio y Serra, y después de haberles instruido y preparado, fue con ellos a las pruebas. La médium afirmaba ver el tesoro. Lo describía y hacía nacer en muchos espectadores el deseo de poseerlo. En consecuencia se hicieron varias excavaciones profundas; pero no aparecieron ni trazas del tesoro. Don Bosco, que observaba minuciosamente todo, no tardó en hacer correr la voz para que desacreditasen a aquel charlatán los mismos, con cuyo dinero se habían realizado las excavaciones y ahora se avergonzaban de haber sido tan crédulos. Había otro doctor, llamado Giurio, que había puesto despacho de magnetismo en la calle de Santa Teresa y la médium se llamaba Brancani. Gente víctima de gravísimas enfermedades, incurables, o no bien conocidas por los médicos, le enviaban hasta de pueblos lejanos un objeto que les perteneciese, y con esto él diagnosticaba la enfermedad, daba consejos y prescribía remedios. Pero las espantosas consecuencias morales y espirituales de aquellas consultas ya habían demostrado evidentemente que ciertos despachos magnéticos eran de índole diabólica. (**Es4.552**))
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