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((**Es4.551**) horror de la intervención diabólica. Por eso, con el consejo y permiso de los superiores eclesiásticos, asistió más de una vez a tales experimentos magnéticos o espiritistas. Era su intención descubrir la impostura y la impiedad para luego desengañar a los ilusos y alejarlos de ulteriores locuras. En la plaza del Castillo se reunía todo Turín para asistir a los espectáculos de magnetismo realizados por un famoso charlatán, puesto de pontifical, que había sabido ganarse la admiración del pueblo con sus revelaciones y predicciones. Un día don Bosco se mezcló entre la multitud que le circundaba, precisamente después de varios experimentos que le habían ganado muchos aplausos, al tiempo que hacía leer a la médium cartas cerradas. -Aquí hay un cura que quiere hablar con usted, gritó una voz al magnetizador. -Venga hacia delante, señor cura; respondió aquél. Don Bosco se presentó en el espacio que la gente dejó libre, en medio del cual había una mujer sentada que parecía dormir y con los ojos vendados. Llevaba él en la mano una carta sellada, recibida pocos instantes antes, que le acababa de escribir ((**It4.722**)) monseñor Fransoni. ->>Qué manda usted, señor abate?, preguntó el histrión. -Tengo aquí esta carta y desearía que la adivinadora me leyera el contenido, antes de que yo la abra: dijo don Bosco. -Será usted satisfecho, respondió el charlatán. Y dirigiéndose a la mujer, intimóle con voz imperiosa: -íLeed! La mujer dudó un poco; el juego era imprevisto: la inflexión de la voz del que la mandaba no le indicaba la respuesta; pero obligada a hablar, exclamó: -Veo... veo... ítodo! ->>Y qué véis?, preguntó el hombre. -No puedo decirlo. ->>Por qué no podéis decirlo? -Porque hay un secreto. ->>Qué secreto? -El secreto del sello. ->>Entienden, señores?, dijo el hombre al pueblo y a don Bosco: tiene razón la adivinadora: el secreto de las cartas selladas no puede ser violado. -Si es así, esto se arregla pronto, observó don Bosco, y rompió el sello. Ya no hay ningún secreto. (**Es4.551**))
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