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((**Es4.53**) Cuando veían a sus hijos, la tarde de la confesión, llegar a casa, tan alegres, se disipaba todo prejuicio contra el sacramento de la penitencia, al conocer la felicidad de una conciencia tranquila. Y cuando los tenían ante sí, impulsados por el consejo de don Bosco, pidiéndoles perdón de los disgustos ocasionados en el pasado y prometiendo obediencia en todo para el porvenir, se despertaba en sus conciencias el remordimiento, recordando los ejemplos menos buenos que les habían dado, y profundamente conmovidos los abrazaban. Muchos, el día de la primera comunión, invitados también por don Bosco, los acompañaban al Oratorio, y al observar su compostura en la iglesia, sus rostros resplandecientes y hermosos como los de los ángeles, cuando volvían del altar, sentían despertar en su corazón algo inconcebible, envidiaban la alegría del hijo, y sus ojos se arrasaban de lágrimas, recordando los años de su inocencia. Aquel día no aparecían por la taberna; tenían la mesa puesta en su casa y disfrutaban de la vida familiar y de la felicidad de una alma tranquila y amada. Y empezaban a experimentar repugnancia por desórdenes que muchas veces les habían ocasionado amarguras; una saludable melancolía les obligaba a reflexionar; se entablaba en su corazón la lucha entre el bien y el mal, y triunfaba la gracia del Señor por la eficacia de las oraciones de sus hijos. Unos iban a la capilla a esperar que don Bosco llegara al coro, otros se presentaban a él en la sacristía después de celebrar la santa misa, algunos subían a su habitación, ya entrada la noche, para que nadie les estorbara. Y don Bosco, que sólo con verlos entendía lo que querían, ((**It4.57**)) los recibía con rostro alegre, los invitaba a arrodillarse y los confesaba. Así lo hacían. Y volvían contentos y felices a su casa para ser en adelante el consuelo de sus familias. Desde aquel día rezaban con los suyos por la mañana y por la noche, asistían los domingos a las funciones sagradas, frecuentaban la confesión y comunión, y, de vez en cuando, iban al Oratorio a pasar la tarde en agradable recreo. Era éste otro de los grandes beneficios que proporcionaban a Turín los Oratorios festivos. Pero, si don Bosco veía coronados sus trabajos con frutos tan hermosos, el corazón del buen Arzobispoo recibía nuevas heridas el domingo de Pascua. Al salir por la puerta principal de la Catedral, a pesar de que dos filas de carabineros le escoltaban hasta el coche y de que estaban allí formados un escuadrón de caballería y un batallón de la guardia nacional, fue acogido con una furiosa tempestad de(**Es4.53**))
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