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((**Es4.497**) correcciones, se quejaba, creyendo que, por respeto a él, se hubieran omitido. Hasta cuando sus adversarios le hacían ciertas críticas con mala intención, no se daba por ofendido. Solamente, si andaba de por medio el peligro de un erróneo conocimiento de la doctrina católica o la edificación del prójimo, entonces respondía con toda calma y respeto. Se pueden decir de él aquellas palabas de los Proverbios: <> 1, por no atender a las amonestaciones. En octubre de 1853 se reunieron casi cuarenta sacerdotes turineses en casa del Capellán del Instituto para Huérfanas, presbítero Masucco, la mayor parte de los más celosos por la educación cristiana de la juventud. Querían tratar del cariz que tomaban las cosas ((**It4.652**)) del momento, respecto a la Iglesia y a la salvación de las almas. Buscaron aquel lugar para no llamar la atención de los vigilantes sectarios y protestantes. Estaban presentes el presbítero Masucco y el teólogo Leonardo Murialdo. Presidía la asamblea el abate Amadeo Peyron, hombre apreciadísimo en la ciudad por su ciencia y profesor de lenguas orientales en la Real Universidad de Turín. Sentábase a su lado don Bosco. Después de haberse discutido varias cuestiones, hubo alguien que propuso se debieran multiplicar las publicaciones de escritos educativos populares. El abate Peyron estuvo de acuerdo con esta necesidad. Don Bosco pidió la palabra y se encomendó a los sacerdotes presentes, para que le ayudasen a propagar las Lecturas Católicas, demostrando que éstas eran un medio eficacísimo para oponerse a la corriente de las falsas ideas divulgadas por los valdenses. Cuando don Bosco terminó, dijo el abate Peyron: -Está muy bien: yo he leído atentamente esos fascículos; pero, si usted quiere que hagan buen efecto, procure que estén escritos con mayor propiedad lingüística, con menos faltas gramaticales, menos inexactitudes en los términos, más diligencia en las correcciones... Aquel reproche, hecho por un pesonaje de tan grande importancia y autoridad, pareció áspero y cáustico a todos los reunidos, aún cuando fuera hijo del mismo celo; y el teólogo Murialdo, confuso por el mal papel de su amigo don Bosco, miróle para ver si se aguantaba o si respondía algo. Aquellas palabras resultaban punzantes y amargas, ya que no todos los sacerdotes presentes le eran en aquel 1 Prov. X, 8. (**Es4.497**))
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