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((**Es4.480**) gente dispuesta a penetrar a la primera señal. Pero nuestro buen padre, sin miedo alguno, les respondió: -Veo bien claro que ustedes no conocen a los sacerdotes católicos, porque, otro modo, no se hubieran atrevido a estas amenazas. Sepan, pues, que los sacerdotes de la Iglesia Católica trabajan por Dios hasta el fin de su vida; , si por un casual, hubieran de sucumbir en el cumplimiento del propio deber, mirarían a la muerte como la mayor fortuna, la máxima gloria. Dejen, por tanto, sus amenazas, que me hacen reír. Estas valientes palabras de don Bosco parecieron irritar a los dos herejes que, acercándosele, estaban a punto de ponerle las manos encima. El, que se dio cuenta de ello, tomó prudentemente una silla con la mano, y añadió: -Si yo quisiera emplear la fuerza, les haría probar cuán cara resulta la violación del domicilio de un ciudadano libre; pero no, la fuerza del sacerdote está en la paciencia y en el perdón. Es hora de acabar. Salgan de aquí. Y así diciendo, dio media vuelta en derredor de la silla que tenía en la mano, sirviéndose de ella como de un escudo, abrió la puerta de la habitación y, al ver a José Buzzetti, le dijo: -Acompaña a estos dos señores hasta el cancel, porque no conocen muy bien la escalera. Ante tal intimación se miraron los dos, el uno al otro, ((**It4.629**)) y dijéronle a don Bosco: -Nos volveremos a ver en momento más oportuno. Y salieron con los carrillos encendidos y los ojos centelleantes de indignación. Pero no estaban menos indignados, y con razón, los muchachos del Oratorio, los cuales acudieron al oír las brabuconerías de aquellos dos satélites y escucharon sus amenazas a don Bosco. Si, por un casual, hubieran tenido el atrevimiento de llegar a los hechos, también ellos hubieran tenido el derecho, y se hubieran sentido con fuerzas suficientes, para demostrar el amor que albergaban en su pecho para defender al padre común. El atrevimiento de los herejes contra don Bosco llegaba a las amenazas, porque el Oratorio estaba aislado en medio de los campos, y casi desierto durante el día, puesto que los muchachos estudiantes y artesanos acudían a la ciudad a sus escuelas y talleres. Don Bosco, conocedor de que a las amenazas seguirían los hechos, pensaba también en la conveniencia de que hubiera en la vecindad algún edificio que le sirviese como de muralla con sus inquilinos. Su (**Es4.480**))
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