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((**Es4.477**) de buena voluntad, hasta se retractaban; otros, no sabiendo qué responder y no queriendo darse por vencidos, acababan gritando e insultando. Don Bosco se limitaba a añadir: -Amigos míos, los gritos y los insultos no son razonables. Y de esta manera, avergonzados, los despachaba. Les recomendaba, sin embargo, expusiesen las dificultades a sus pastores y tuvieran luego la cortesía de comunicarle la solución dada. Asistió a una de aquellas sesiones un interlocutor, llamado Pugno, el cual, después de confesar que no sabía hacer cara a don Bosco, terminó diciendo: -Nosotros no sabemos responder, porque no hemos estudiado bastante; pero íay si estuviera aquí nuestro Pastor! El es un pozo de ciencia, y con dos palabras hace callar a todos los curas. Don Bosco replicó: -Pues hacedme el favor de rogarle que venga él con vosotros. Decidle que le espero con vivos deseos. Diéronle el recado y, he aquí que un día se presentó en el Oratorio el pastor Meille, en compañía de dos valdenses importantes, residentes en Turín. Después de los cumplidos ordinarios de la buena educación, se empezó una discusión, que duró desde las once de la mañana hasta las seis de la tarde. Sería demasiado largo referir en este lugar cuanto se dijo en aquella ocasión; pero es interesante mencionar un hecho. Se acabó la discusión, después de haber dado vueltas sobre la autenticidad de la Sagrada Escritura, la tradición, el primado de San Pedro y ((**It4.625**)) sus Sucesores, la Confesión y el dogma del Purgatorio. Don Bosco había ya probado estas verdades de fe con argumentos de razón, de historia, de la Escritura del Antiguo Testamento y del Evangelio, sirviéndose para ello del texto latino y de la traducción italiana. Estas conversaciones fueron posteriormente escritas por don Bosco y publicadas en los opúsculos de las Lecturas Católicas en los primeros años de su existencia. Ahora bien, uno de los contradictores, que no se quería rendir, dijo: -No basta el texto latino ni el italiano; es preciso ir a la fuente verdadera; hay que consultar el texto griego. A estas palabras tomó don Bosco la Sagrada Biblia impresa en griego, y le dijo: -Aquí lo tiene, señor; he aquí el texto griego; consúltelo y verá cómo está totalmente de acuerdo con el texto latino e italiano. Aquel pobrecito que sabía menos griego que chino, no atreviéndose (**Es4.477**))
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