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((**Es4.466**) aprobados y, naturalmente, por la única autoridad que tenía derecho a ello? Lo ignoramos; pero es cierto que Cibrario fue varias veces aquel año a Valdocco y que sostenía con don Bosco largas y serias conversaciones y que lo vieron todos los alumnos del Oratorio. Seguramente que no hablaban de política. Pero, si el Ministro daba disposiciones generales para el bien de la juventud, don Bosco tenía también que estudiar otras de más importancia, muy interesantes para él y sus muchachos. Había determinado acabar con La Jardinera, taberna establecida en casa Bellezza, separada por una sola pared del patio del Oratorio. Como ya hemos dicho, allí acudían, en los días festivos y durante el buen tiempo, jugadores y bebedores y otras gentes de esta ralea y, entre ellos, algunos discípulos de los protestantes, cuya bolsa estaba bien provista, gracias a la apostasía. Acordeones, flautines, clarinetes, guitarras, violines, bajos y contrabajos, y omne genus musicorum (toda suerte de músicos), populares y vulgares, se sucedían durante la jornada; más aún, frecuentemente y a ciertas horas de la tarde, se juntaban todos y daban tales conciertos, que los cantores de la capilla quedaban ahogados y confundidos por el ruido y los gritos. Era una representación práctica de los hijos del siglo por una parte y de los hijos de la luz por otra, la ciudad del diablo y la ciudad de Dios. Don Bosco, para quitar la mala impresión que aquel desorden podía dejar en el alma de los muchachos, solía recordarles frecuentemente las palabras del Evangelio: el mundo saltará de gozo y vosotros estaréis tristes; pero animaos, porque vuestra tristeza se convertirá en gozo: Mundus gaudebit; ((**It4.609**)) vos autem contristabimini; sed tristitia vestra vertetur in gaudium. Pero había que acabar de una vez con aquel desorden, y don Bosco se entregó a ello con toda su alma. Veía los peligros para sus queridos muchachos y conocía también los que le amenazaban a él, si intentaba impedir aquellas escandalosas reuniones. Pero su virtud habitual le mantenía impertérrito. Intentó, primero, adquirir la casa; pero, como la dueña, la señora Tesesa Catalina Novo, viuda de Bellezza, no tenía la menor intención de venderla, no pudo lograr nada. Propúsole entonces alquilarla; pero el arrendatario, que tenía abierta la bodega, reclamaba a la dueña unos perjuicios fabulosos y pretendía una indemnización espantosa. Don Bosco, acostumbrado a confiar en la ayuda de la Divina Providencia y en la caridad de los bienhechores, no se detuvo ante las graves dificultades de los nuevos gastos. En el entretanto murió el ventero, y su mujer, aunque de honestidad (**Es4.466**))
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