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((**Es4.433**) años que estuve con él, le vi dar un pescozón a unos impertinentes que habían proferido una blasfemia. Se veía en su rostro en aquel instante el horror que le inspiraba aquella monstruosidad. Me dijo un día: >>-Hasta cuando oigo en confesión acusarse de una blasfemia, siento como herido el corazón y me faltan las fuerzas. >>Por lo demás, con sus admirables virtudes de templanza y fortaleza, no le vi ni siquiera turbarse durante más de treinta años que estuve a su lado>>. Hemos hablado hasta ahora de los castigos individuales; pero cuando se trataba de faltas, cometidas por toda una clase o por una gran parte de la comunidad, >>qué hacía don Bosco para poner orden y castigar a los irreflexivos? Nos apresuramos a responder que en el Oratorio no se dio nunca ese tipo de escenas molestas de insubordinación que se lamentan en ciertos colegios. No pasaban de chiquilladas, a las que, sin embargo, era menester poner remedio, según la regla de principiis obsta (opónte a los principios). En tales ocasiones don Bosco escuchaba con atención las quejas de los asistentes, investigaba las causas que le exponían sobre el desorden, les inculcaba justicia e imparcialidad y ((**It4.565**)) tener muy en cuenta no dejarse guiar por la pasión de la cólera o por una amistad particular, y, sobre todo, huir de los castigos violentos. Rechazaba toda idea de castigo general, aunque fuera para un solo dormitorio, porque esto irrita a los inocentes que se encuentran siempre en tales ocasiones en medio de los culpables, y reservaba para sí mismo la corrección. >>Se trataba de muchas opiniones que indicaban dejadez en el estudio, de poca observancia del reglamento para hablar con facilidad en los lugares donde estaba prescrito el silencio, de faltas repetidas contra el amor fraterno por cualquier fútil disensión, o también de desatención a los avisos de los asistentes? Don Bosco aplicaba un remedio que siempre le dio buen resultado. Empezaba a mostrarse frío, preocupado y de pocas palabras al encontrarse con los muchachos; no les contaba el hecho extraordinario, prometido y esperado con viva curiosidad. Más de una vez, después de las oraciones de la noche, subió a una especie de púlpito desde donde les hablaba, y en vez de darles la acostumbrada platiquita, dirigió en derredor muy seriamente, aquella mirada, que ejercía una fuerza especial sobre el alma de los muchachos, y pronunció estas únicas palabras: -íNo estoy contento de vosotros! íNo puedo deciros más esta noche! (**Es4.433**))
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