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((**Es4.430**) más que el culpable. Los muchachos reconocían en estos sus modos el más grave de los castigos, y eran muchos los que experimentaban tal pena que rompían a llorar, por largas horas, y a veces de la noche al alba. Juan Francesia dormía una noche, durante el tiempo de las grandes excursiones, junto a un joven de los mayores. Este temblaba, mordía las sábanas, suspiraba. ->>Qué te pasa? le preguntó Francesia. -Que don Bosco me ha mirado. ->>Y qué con eso? >>Qué hay de extraño o de nuevo en que don Bosco te haya mirado? -íEs que me ha mirado de tal manera...! Y seguía gimiendo. A la mañana siguiente contó Francesia lo sucedido a don Bosco y el preguntó: ->>Qué le pasaba a aquél? -íOh! ya lo sabe él, respondió don Bosco. Cierto día, dijo don Bosco a un muchacho desobediente unas palabras un poco fuertes. El muchacho se retiró pensativo; durante la noche le subió la fiebre, comenzó a delirar, y el delirio le duró hasta el día siguiente por la noche. Continuamente salía de sus labios el nombre de don Bosco acompañado de un gemido: -íDon Bosco no me quiere! Y don Bosco tuvo que ir a visitarle a la enfermería. El enfermo, al oír su voz, ((**It4.561**)) se fue calmando poco a poco; don Bosco le aseguró que le seguía queriendo siempre igual y que se preocupase de curar, porque continuarían siendo siempre amigos. La alegría produjo en el joven tal cambio, que la fiebre cesó. Era un poquito soberbio, pero de íntegras costumbres, y así se mantuvo siempre. Le tocaba a don Bosco andar con suma precaución con muchos de sus queridos hijitos y medir cualquier palabra de justa reprensión, porque las faltas que, en apariencia, parecían tal vez algo graves, resultaba que, en la intención del muchacho y por la inadvertencia de la edad, no eran tales y, por tanto, algunos casi enloquecían temiendo haber causado pena a don Bosco. Empleaba, al mismo tiempo, un continuo y gran cuidado para corresponder a los actos de atención y afecto de los alumnos mejores, porque una sola distracción u olvido suyo hacían temer igualmente al jovencito haberle causado algún disgusto, y, aunque sintiese que no había cometido ninguna falta, quedaba, sin embargo, inquieto. Los que habían merecido la lección, casi todos cambiaban inmediatamente (**Es4.430**))
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