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((**Es4.425**) No olvidéis, decía continuamente a los que tenían algo de autoridad sobre los alumnos, que los muchachos faltan más por ligereza que por malicia, más por no estar bien asistidos que por perversidad. Hay que atenderlos con solicitud, asistirlos atentamente, sin parecer que se les vigila, y participar en sus juegos, aguantar sus gritos y los fastidios que acarrean, porque también el divino Salvador dijo en semejantes circunstancias: Sinite parvulos venire ad me (dejad que los niños vengan a mí). El les vigilaba atentamente dondequiera que estuviesen. Iba a su salón de estudio frecuentemente y pasaba por sus talleres. Nunca sucedía que hubiera la menor infracción en las reglas, sin que él no se diese cuenta inmediatamente y lo remediase con prontitud. Conferenciaba a menudo con los otros superiores, para informarse de la conducta de los muchachos y para dar normas sobre la buena marcha de la disciplina. Prescribió que se diera semanalmente a los alumnos la calificación correspondiente por su conducta, estudio y trabajo, y él mismo las leía públicamente los domingos por la noche, alentando a los diligentes y amonestando a los perezosos. Tenía don Bosco la certidumbre de que, de ordinario, con la reflexión, todos los muchachos se someten a la obediencia, reconocen las propias ((**It4.554**)) faltas y se corrigen. En consecuencia, no se cansaba de avisar y aconsejar; su paciencia era verdaderamente heroica. Cuando un superior dudaba del éxito de un muchacho para aceptarlo o licenciarlo, sugería, aún en este caso, poner en práctica la máxima de San Pablo: Omnia probate, quod bonum est tenete (probadlo todo, quedaos con lo bueno); y a esto debía añadirse la vigilancia y el oportuno aviso. A principios de curso, si barruntaba que alguno de los nuevos matriculados pudiera perjudicar a los compañeros, le llamaba, le ponía en guardia con las más vivas expresiones de dolor y hacía que le vigilasen de un modo especial. De este modo logró corregir a muchos que, al llegar de la calle, llevaban consigo el hábito, demasiado corriente, del mal hablar. Resulta difícil expresar con palabras el secreto de don Bosco para ganarse a los muchachos y llevarlos al servicio del Señor. Por naturaleza y por gracia, poseía tales dotes y prerrogativas que, si tomaba a un muchacho aparte y le hablaba confidencialmente al oído, por muy díscolo o rebelde que fuera a la gracia, era difícil que no se rindiese a sus paternales consejos y avisos. Y éstos no podían resultar ineficaces, porque don Bosco era capaz de dar la vida cien veces, si fuera menester, para salvar una alma. Sus palabras abrían los corazones y él insistía frecuentemente sobre (**Es4.425**))
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