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((**Es4.373**) siempre, hasta delante de los más distinguidos personajes. De cuando en cuando le invitaba a hablar a los muchachos, desde la tribuna en la que él acostumbraba dar la plática después de las oraciones de la noche. José, que no era más que un simple campesino, imaginamos que fuera primeramente un tanto reacio, pero terminaba por subir a ella, y en dialecto piamontés ((**It4.485**)) les hablaba un rato, desarrollando alguna buena máxima. Estaba animado del mismo espíritu de su hermano. Don Juan Garino estuvo presente una vez en el año 1858. Tenía José su casa a disposición de don Bosco, el cual llevaba cada año a I Becchi lo mismo treinta, cincuenta, que cien de sus muchachos, para pasar allí unos días de vacaciones. José se las apañaba para proveer de todo a todos. Aquella visita era una gran fiesta para él. Los muchachos que iban por vez primera a aquellos lugares, quedaban tan prendados de su trato llano y cordial, que se convertían enseguida en amigos suyos. Nunca quiso aceptar nada por tanto gasto. Alcanzó, sin embargo, una ventaja, ya que su casa experimentó una ampliación indispensable y relativamente grande, aunque siguió siendo pobre. Fue esta la de una sala grande, levantada sobre la misma casa, para albergar a los muchachos que iban a la fiesta del Rosario. Pero don Bosco no mejoró ni embelleció las primitivas estancias. Mas, como amplió el local, creció el número de huéspedes, y fueron mayores, por tanto, los cuidados de José hasta para vigilarlos, porque se estaban en I Becchi unos quince o veinte días. Y como hasta entre los sabios nunca falta un distraído, él se preocupaba de que ninguno de los propietarios colindantes tuviese motivo de queja. Por eso, después de avisarles, vigilaba a los muchachos para que no se desbandasen por los campos y viñas ajenas. Era obedecido, pero no dejó de existir alguna rara infracción a sus órdenes. Un domingo por la mañana vio a un muchachito en la era, y, sin más, le riñó por haber ido a las viñas. Aquel lo negaba, y él replicó: -Pero >>no ves que tienes contigo un espía? >>No ves la hierba que ha quedado pegada a tus pantalones? Don Bosco contaba mucho con la prudente asistencia de su hermano y podía atender con tranquilidad ((**It4.486**)) a la predicación de la novena del santo Rosario. No se olvidaba, sin embargo, de los muchachos que habían quedado en Turín, atendidos por el teólogo Borel, y como un buen padre, se preocupaba de los que estaban con él en I Becchi. (**Es4.373**))
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